Lázaro, el rostro de Cristo

“Hasta los perros venían y le lamían sus úlceras” 
Lc 16,19-31

Introducción
La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro es una parábola de contrastes. La cercanía local entre ambos personajes, entre la vida de lujos, placeres y refinamientos y la más profunda de las miserias unida a las llagas, a la
enfermedad, aumenta el efecto de contraste. Aunque la miseria de Lázaro es de grado extremo ya que su dolorosa enfermedad no le permite ir de casa en casa pidiendo limosna, el rico no se ocupa en absoluto de él, no por maldad sino porque ni siquiera le “ve”, porque su ceguera culpable no se lo permite, tiene la conciencia anestesiada. Ante esta dramática situación surge la pregunta:

¿Por qué ha enfermado Lázaro? Un lema de Cáritas alemana responde perfectamente a esta cuestión: “La pobreza enferma”. Hasta la salud, que tanto valoramos y cuidamos le es arrebatada a los pobres por falta de unos mínimos dignos para subsistir.
La parábola pone de relieve el funesto poder de las riquezas cuando no se ponen al servicio de la misericordia, piedra angular del cristianismo, y de la que únicamente depende la salvación, Mt 25,31-46.

Y ante esta parábola, ciertamente intranquilizadora, nos debemos preguntar: ¿nosotros dónde nos podemos situar? Sin duda, en el lugar de los cinco hermanos del hombre opulento porque todavía tenemos vida y con ella posibilidad de “escuchar a los profetas”, es decir, de actuar con misericordia, que es la única que nos salvará en el Juicio.

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