De la anáfora de Narsés de Nísibe (s. V)

Las palabras que siguen ahora merecen una gran atención.

Son una explicación del sentido que tiene el mandato de celebrar el misterio dado por Jesús, llevado a cabo por los apóstoles y transmitido por ellos a nosotros hasta hoy:

 

“El mandó a sus amigos íntimos comer su cuerpo y advirtió a los a los suyos, que bebían su sangre.
Bendito el que cree y asiente a su palabra, porque, si está muerto, vivirá y, si está vivo, no morirá en sus pecados.
Con todo cuidado cumplieron sus apóstoles el mandato de su Señor y con diligencia lo transmitieron a los que venían tras ellos. Y así hasta ahora ha sido observado su (mandato) en la Iglesia y es observado (hoy) hasta que él haga cesar su misterio con su vuelta gloriosa y su manifestación.
A este efecto da gracias el sacerdote ante Dios y eleva su voz al final de esta plegaria para hacerla audible al pueblo. Hace sonora su voz y con sus manos signa los misterios  que están colocados (sobre el altar).
Y el pueblo concurre con el “Amén” y da su aquiescencia a la plegaria del sacerdote.”

“El Espíritu desciende no a causa de la dignidad del sacerdote, sino a causa de los misterios que han sido colocados sobre el altar. Tan pronto como el pan y el vino han sido colocados sobre el altar, ponen de manifiesto un símbolo de la muerte del Hijo, así como de la resurrección. Por lo cual, este Espíritu, que le resucitó de entre los muertos, desciende ahora y celebra (realiza) los misterios de la resurrección de su cuerpo.”