Eucaristía: presencia del Resucitado

El nexo entre la manifestación del Resucitado
y la Eucaristía
está especialmente puesto en evidencia
en la narración de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35),
guiados por Cristo mismo para entrar íntimamente en su misterio
a través de la escucha de la Palabra
y la comunión del «Pan partido» (cf. Mane nobiscum Domine).
Los gestos realizados por Jesús:
«Él tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio» (Lc 24,30),
son los mismos que Él efectuó en la Última Cena
y que incesantemente realiza, por medio del sacerdote,
en nuestras eucaristías.

Misa dominical y adoración

Altar de la parroquia toledana mozárabe de Sta. Eulalia.
El altar -hacia Oriente- muestra las siete lámparas.

 

Reavivar en todas las comunidades
la celebración de la Eucaristía dominical
debería ser la primera tarea…
Si al menos se logra esto,
junto con el incremento
de la adoración eucarística fuera de la Misa,
[se] habrá conseguido ya un importante fruto

(cf. Mane nobiscum Domine, 23 y 29).

Una costumbre asentada en España

Por lo tanto, con paternal insistencia, recomendamos a los sacerdotes —que de un modo particular constituyen nuestro gozo y nuestra corona en el Señor— que, recordando la potestad, que recibieron del obispo que los consagró para ofrecer a Dios el sacrificio y celebrar misas tanto por los vivos como por los difuntos en nombre del Señor, celebren cada día la misa digna y devotamente, de suerte que tanto ellos mismos como los demás cristianos puedan gozar en abundancia de la aplicación de los frutos que brotan del sacrificio de la Cruz. Así también contribuyen en grado sumo a la salvación del género humano (Pablo VI, Mysterium fidei, 4).