¿Puedo ser santo?

¿Cómo podemos recorrer el camino de la santidad, responder a esta llamada?
¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta es clara:

una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces santo (cf. Is 6, 3), quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo la que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma.

Para decirlo una vez más con el concilio Vaticano II: «Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propios méritos, sino por su designio de gracia. El bautismo y la fe los ha hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron» (LG , 40).

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¿Qué es lo esencial?

Lo esencial es nunca dejar pasar un domingo sin un encuentro con Cristo resucitado en la Eucaristía; esto no es una carga añadida, sino que es luz para toda la semana.

No comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios.

Y, en el camino de nuestra vida, seguir las «señales de tráfico» que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que simplemente explicita qué es la caridad en determinadas situaciones.

Me parece que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad:
el encuentro con el Resucitado el domingo;
el contacto con Dios al inicio y al final de la jornada;
seguir, en las decisiones, las «señales de tráfico» que Dios nos ha comunicado,
que son sólo formas de caridad.

«Por eso, el amor a Dios y al prójimo es el sello del verdadero discípulo de Cristo» (Lumen gentium42).

Esta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos.

Papa Benedicto XVI

<Rengloncillos> regios marianos desde Colombia

A LA REALEZA DE MARÍA.
P. Diego Alberto Uribe Castrillón.

Medellín Colombia.

Reina gloriosa cantada
por antiguas profecías,
la que Dios ha señalado
para darnos al Señor,
Reina de los Patriarcas
de Israel, gloria y honor,
Reina más bella que Eva,
más que Sara y que Raquel.

Reina que el profeta viera
asomar cual nubecilla,
Virgen que Isaías canta
como virgen sin mancilla,
Reina que excedes en gloria
a la que cantan a coro
el Cantar de los Cantares
vestida de sol y de oro.

Reina Santa y soberana,
que superas en belleza,
las mujeres de otro tiempo,
cantadas con devoción.
Reina que luces serena
en el Arca de la Alianza,
de David Torre anunciada
casa de Oro y de honor.

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