Los magos, que habitualmente llamamos “los reyes”, aparecen en el relato de la Navidad del evangelista san Mateo (2,1ss). El viaje, vicisitudes y adoración de estos personajes al recién nacido no pasó desapercibido a los pintores de las catacumbas ni a los artistas de los sarcófagos paleocristianos. Sin embargo, de ellos no sabemos ni el nombre ni el número ni su condición; sólo su origen y, éste, genérico: Oriente.
El Evangelio presenta el elenco de los dones presentados por los magos al llegar a la casa de la sagrada Familia: oro, incienso y mirra (Mt 2,11). El sentido y significado difiere según las fuentes. Así, por ejemplo, para san Ireneo la mirra estaba destinada a Jesús por su condición humana, el oro por la real y el incienso por su dignidad divina; mientras que san Efrén ve en el oro el atributo del rey, en el incienso al sacerdote y en la mirra al médico. Para otros, “oro” sería una manera de designar unos aromas preciosos provenientes de Saba.