Baptisterio vs. altar

En muchas de las iglesias de la antigua Hispania hay una organización peculiar del espacio: presentan el baptisterio a los pies del templo; es decir, contrapuesto al altar. Esta distinción de ambos espacios sacramentales –como dos escenarios diferenciados- se hace, generalmente, por medios de unos muros medianeros o cancelas.

La importancia del Bautismo –que otorga la filiación divina con todas sus gracias consecuentes- se pone de manifiesto por el complejo simbolismo del espacio sagrado que se le dedica.

Los cristianos conciben la fuente bautismal como sepulcro donde muere el viejo Adán y seno materno de la Iglesia donde nace el hombre nuevo. De ahí, las formas elocuentes y significativas de la piscina bautismal: cruciforme, circular u octogonal. En este último caso, el ocho se considera número de la vida plena, el de la feliz resurrección futura (Isidoro, Liber Numerorum, 9).

De hecho, se bautiza en domingo, día de la resurrección de Cristo, por ser el primer día –comienzo de una nueva vida- y, a la vez, el octavo –plenitud en la Vida del Resucitado. Esta certeza se expresa en la catequesis verbal y en la arquitectura que se convierte, así, en mistagogía.

El tiempo de Pascua es una ocasión magnífica para peregrinar al lugar donde fuimos bautizados o, al menos, para dar gracias junto al un baptisterio por el don de haber nacido de nuevo en el Espíritu. Estos días finales de mayo, en recuerdo a María la Virgen Madre, nos brindan una magnífica oportunidad.