Mañana, domingo, ordenaciones diaconales:

catedral de Ntra. Sra. de la Almudena

Los diáconos participan de una manera especial en la misión y la gracia de Cristo. El sacramento del Orden los marca con un sello («carácter») que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que, siendo Maestro y Señor, se hizo «diácono», es decir, el servidor de todos (cf. Mc 10, 45; Lc 22, 27).

Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad.

El diaconado es un grado propio y permanente dentro de la jerarquía (LG 29). Para la vida litúrgica y pastoral, obras sociales y caritativas, los ministros son fortalecidos por la imposición de las manos transmitida ya desde los Apóstoles -uniéndose más estrechamente al servicio del altar y cumpliendo con mayor eficacia su ministerio- por la gracia sacramental del diaconado (cf.AG 16). Algunos varones asumen este ministerio de manera permanente y, con la anuencia de sus esposas, pueden ser ordenados estando casados.

La celebración de los órdenes, por su importancia para la vida de la Iglesia particular, pide el mayor concurso posible de fieles. El lugar propio es dentro de la Eucaristía. El rito esencial del sacramento del Orden está constituido por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenando, así como por una oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones.