Oramos a la hora de encender las luces

“Se celebran las Vísperas a la tarde, cuando ya declina el día, «en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto»(S. Basilio el Grande, Regulæ…, resp. 37, 3). También hacernos memoria de la Redención por medio de la oración que elevamos «como el incienso en presencia del Señor», y en la cual «el alzar de las manos» es «oblación vespertina» (cf. Sal 141 [140], 2). Lo cual «puede aplicarse también con mayor sentido sagrado a aquel verdadero sacrificio vespertino que el Divino Redentor instituyó precisamente en la tarde en -que cenaba con los Apóstoles, inaugurando así los sacrosantos misterios, y que ofreció al Padre en la tarde del día supremo, que representa la cumbre de los siglos, alzando sus manos por la salvación del mundo» (Casiano, De institutione cœnobiorum, lib. 3, cap. 3).

Y para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce ocaso, «oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros, pedimos -que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna«(S. Cipriano, De oratione dominica, 35). Precisamente en esta Hora concuerdan nuestras voces con las de las Iglesias orientales, al invocar «a la luz gozosa de la santa gloria del eterno Padre, Jesucristo bendito, llegados a la puerta del sol, viendo laluz encendida en la tarde, cantamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo…» (OGLH 39)