Cristo es nuestro Sacerdote

Es justo y necesario, Padre omnipotente,
darte gracias, por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro,
verdadero y eterno Pontífice,
único sacerdote sin mancha de pecado.

Te ofrecemos, no sólo por las culpas del pueblo
sino también por nuestras propias ofensas,
la víctima que te hace propicio,
cuya sangre purifica el corazón de todos los hombres;
para que los pecados cometidos por fragilidad de la carne
queden perdonados por la intercesión del sumo sacerdote.

A quien todos los ángeles con razón
no cesan de aclamar, diciendo: Santo, Santo, Santo.

(Illatio, dom X cot.)

Nuestra liturgia insiste en que Cristo, el Señor,
se ha hecho Cordero de sacrificio
siendo, a la vez, el Sacerdote único, sumo y eterno.