A Cristo, Hijo de Dios,
que con su palabra nos enseñó
que cada persona
tiene asignado un ángel custodio para su defensa,
pidámosle que,
permaneciendo siempre con nosotros
<el ángel de la paz>
quede lejos aquel otro ángel
que un tiempo fue autor de iniquidad…
Y, así, inclinemos el oído del corazón a sus preceptos,
de modo que podamos siempre
con confianza clamar desde la tierra:
Padre nuestro…
(de la liturgia eucarística hispana)