Un gesto para el hogar: el lucernario en el Adviento.

Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico.

Su celebración “tiene una peculiar fuerza y eficacia sacramental
para alimentar la vida cristiana” (S. Pablo VI).

Para tener presente esta idea en cada hogar merece la pena difundir la Corona de Adviento. En efecto, la colocación de unos cirios -sobre una corona de ramos verdes- es una catequesis y una celebración.

Sus luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cf. Mal 3,20; Lc 1,78).

Tiempo para leer la Palabra

El Doctor Hispaniae escudriñador de la Palabra

Recuerda el Concilio que “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia.

Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles” (DV 21).

Y continúa diciendo que la vida cristiana “se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella”.

Adviento: tiempo de las figuras del Antiguo Testamento

 “Los ejemplos de los santos,
que edifican al ser humano,
hacen que las distintas virtudes revistan un carácter sagrado:
… la obediencia, por Abraham;
la paciencia, por Isaac;
el sufrimiento, por Jacob;
la misericordia, por David;
la templanza, por Daniel;
y así, en las restantes virtudes de los justos
que nos precedieron,
uno considera, al imitarlas, el esfuerzo,
la moderación, la rectitud y el espíritu de penitencia
con que se practicaron.”

 

S. Isidoro de Sevilla, Sentencias II, 11,12.

Rezando por los difuntos en noviembre:

Aperiat tibi

<El Señor te abra las puertas del Paraíso>
con versículos del salmo 22.

 (letra en latín y portugués)

Aperiat tibi Dominus paradisi januam,
ut ad illam patriam revertaris
ubi mors non est,
ubi dulce gaudium perseverat.
 

Dominus regit me, et nihil mihi deerit
et in loco viridi, ibi me conlocabit.
 

R/. Ubi dulce gaudium perseverat
 
Super aquam refectionis edocabit me,
animam meam ibi convertit.
R/. Ubi dulce gaudium perseverat.
 
V/. Gloria et honor Patri et Filio et Spiritui Sancto
in sæcula sæculorum. Amen.

Orar en comunidad cada martes

«Europa será bendecida cuando aquí haya muchos hombres que oren comunitaria y también individualmente, y den así a Dios una respuesta de alabanza, de agradecimiento y de súplica a la palabra siempre nueva, que Él nos dirige mediante la creación y la redención. Nuestras parroquias y comunidades religiosas deben convertirse todavía más en escuelas de oración. La santidad y la belleza como participación en la gloria de Dios deben impregnar cada vez más intensamente la liturgia».

Carta Pastoral de los Obispos de Austria con motivo del Katholikentag centroeuropeo.

El Rey que viene

Al inicio de su vida pública Jesús, el Maestro, fue reconocido como REY:
«¡Rabí [Maestro], tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel! (Jn 1,49).
Son las palabras que el IV evangelista pone en boca de Natanael de Caná.
Cristo, al final de su ministerio, entraría en Jerusalén,
con el título real (Lc 19, 38 Jn 12,13);
pero los soldados romanos se burlarán de esa condición regia (Jn 19,3).
Los cuatro evangelistas dan testimonio de que es el único título
que aparece en el leño de la cruz (Mc 15,26 Mt 27,37 Lc 23,38 Jn 19,19).
Como los magos 
nosotros le buscamos y seguimos
para someter nuestras vidas a su Reino:
«¿Dónde está el Rey de los judíos?» (Mt 2,2)
Como el ladrón rezamos:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

 

Viene el rey de reyes:
el rey más poderoso de todo el universo

 

 

«La Manifestación de nuestro Señor Jesucristo
-a su debido tiempo-
hará ostensible el Bienaventurado y único Soberano,
el Rey de los reyes y el Señor de los señores,»
(1 Tm 6,14s)

 

En la túnica, a la altura del muslo, estaba escrito su título:
<Rey de reyes>
(Ap 19,16 cf. Ap 1,15; 17,14)

Al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios,
sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén
(1 Tm 1,17)

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La presentación de la Virgen en el Templo: la oblación de María

Históricamente,
el inicio de esta celebración
fue la dedicación de la basílica de Santa María <la Nueva>
en Jerusalén en el año 543.
Teológicamente celebra la «entrega radical» de María
al plan de Dios desde su infancia.
La tradición antigua,
recogida por el Protoevangelio de Santiago,
cristalizó como una memoria mariana.
En Oriente es una de las «Doce fiestas» centrales del año litúrgico.

 

Cf. Presentación de María (Wikipedia)