Todos los santos y los difuntos

En la Iglesia de Roma el recuerdo de los mártires estaba relacionado con Pentecostés.

El papa Bonifacio IV dedicó el templo romano de “Todos los dioses” (Panteón) a “María y todos los mártires” en el año 610 (13 de mayo). Por razones prácticas –la mejor atención a los peregrinos fuera de las fiestas pascuales- el papa Gregorio IV –en 840- trasladó la fiesta al comienzo de Noviembre –tras las labores de la cosecha.

Esta celebración –precedida de una vigilia- recibiría en inglés antiguo la denominación «All Hallow’s Even» (Vigilia de todos los Santos). La evolución fonética daría el vocablo «halloween» que se ha introducido entre nosotros -a finales del s. XX- con resabios paganos y confundiendo, además, la conmemoración de los santos con la de los muertos. Una vez más se constata la importancia de la publicidad y el consiguiente despliegue comercial.

En la España visigótica la conmemoración de los difuntos se realizaba el lunes después de Pentecostés (cf. Regla monástica de S. Isidoro, siglo VII); posteriormente, la tradición benedictina de Cluny la fijaría el 2 de noviembre (s. X). Esta memoria se extendería a toda la Iglesia occidental con la adopción del Rito romano.

 

«A lo largo del año, la Iglesia católica celebra a los santos que ha canonizado oficialmente y que presenta como modelos y testigos ejemplares de la fe». Con la fiesta del 1 de noviembre, día de Todos los Santos, la Iglesia desea «honrar a los santos «anónimos» –mucho más numerosos– que con frecuencia han vivido en la discreción al servicio de Dios y de sus contemporáneos». Es esta una fiesta de «todos los bautizados, pues cada uno está llamado por Dios a la santidad».

 

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