En la celebración eucarística los dones de pan y vino eran, antiguamente, depositados en el donarium y llevados al altar por los ministros durante el canto de ofrendas denominado Sacrificium.
Isidoro de Sevilla nos muestra que la liturgia visigótica no era ajena a este despliegue simbólico; es más, indica un paralelismo con la procesión con el Evangeliario.
De idéntica costumbre, en época mozárabe, se hace eco Beato de Liébana:
<Se llevan cirios
cuando se lee el Evangelio o
se presentan las ofrendas para el sacrificio>
El texto de san Isidoro (Etym. VII 12, 29s), al que luego sigue Beato (Com. Apoc. II, Prologus 4, 79ss, 140), describe al ceroferario como ‘el que lleva el cirio’:
«Acolythi Graece, Latine ceroferarii dicuntur, a deportandis cereis, quando legendum est Evangelium, aut sacrificium offerendum».
En román paladino:
«Lo que los griegos llaman “acólito”, es en latín ceroferario, porque lleva las velas de cera cuando va a leerse el Evangelio o a ofrecerse el sacrificio».
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Hoy se cumplen 15 años de la muerte de san Juan Pablo II.
A él le encomendamos nuestros enfermos y moribundos
y todos los que sirven con su trabajo a la comunidad social.