R. Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña,
en las grietas del barranco, déjame ver tu figura.
* Déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro,
porque es muy dulce tu hablar y gracioso tu semblante.
V. Y una gran señal apareció en el cielo:
una Mujer, vestida del sol,
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
R. Déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro,
porque es muy dulce tu hablar y gracioso tu semblante.
(Ct 2, 14; Ap 12, 1 )
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