Amén
en el viernes cuaresmal y víspera de san José

El amén no es un adorno cualquiera. Él es fundamental en la oración y, especialmente, en la plegaria eucarística, como ya lo testimoniaba Justino por el año 165.
Ya en el judaísmo, los Maestros de la Sinagoga consideraban más importante decir el amén que pronunciar la oración.
Es como en una batalla (de la antigüedad): primero entraban en campo los simples soldados, para que los enemigos se cansaran, después, cuando se acercaba la hora de acabar la batalla (con el declino de la luz del día), entraban en acción los guerreros más notables, los héroes. También en la oración: quien dice la última palabra, el amén, es el más importante
Agustín tiene una comparación muy elocuente. El amén es nuestra firma (Sermo 272).
Cuando se escribe un documento (por ejemplo, un testamento), el texto no tiene ningún valor, mientras no tenga la firma del testador. El amén es la firma de la asamblea a la oración dicha por aquel que la preside. Es ella quien valida la oración. Quien firma es el pueblo de Dios, el pueblo sacerdotal.
La plegaria eucarística no es la oración del obispo o del cura que preside, sino la oración que él hace en nombre de la asamblea.
La comunidad, al final, la confirma con el amén: «Estamos de acuerdo. Así es. Así sea»
(Fco. Taborda)

Sobre el «amén»
que los fieles pronuncian en el momento de la comunión,
dice san Agustín:
«A lo que sois respondéis: Amén y al responder lo suscribís.
Se te dice, en efecto: El cuerpo de Cristo, y tú respondes: Amén.
Sé miembro del cuerpo de Cristo, para que sea verídico tu Amén
Sed lo que veis y recibid lo que sois»
[Serm. 272: PL 38,1247s]. 

AUDICIÓN:
Amén (K. Arguello):


Cf. Apocalipsis 7,12s

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