La Encarnación del Señor

La entrada de la eternidad en el tiempo es el ingreso,
en la vida terrena de Jesús,
del amor eterno que une al Hijo con el Padre.
A esto alude la carta a los Hebreos
cuando habla de las disposiciones íntimas de Cristo,
en el momento mismo de su entrada en el mundo:
«¡He aquí que vengo (…) a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10, 7).
El inmenso «salto» que dio el Hijo de Dios desde la vida celestial
hasta el abismo de la existencia humana
está motivado por el deseo de cumplir el plan del Padre,
en una entrega total.

Nosotros estamos llamados a tomar la misma actitud,
caminando por el sendero abierto por el Hijo de Dios hecho hombre,
para compartir así su camino hacia el Padre.
La eternidad que entra en nosotros es un sumo poder de amor,
que quiere guiar toda nuestra vida hasta su última meta,
escondida en el misterio del Padre.
Jesús mismo unió de forma indisoluble los dos movimientos,
el descendente y el ascendente, que definen la Encarnación:
«Salí del Padre y he venido al mundo.
Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16, 28).

La eternidad ha entrado en la vida humana.
Ahora la vida humana está llamada a hacer con Cristo
el viaje desde el tiempo hasta la eternidad.

Esto que celebramos en el equinoccio de primavera
-en el calendario universal-
lo celebrábamos en el calendario hispano
ocho días antes de la Navidad del Señor:
el 18 de diciembre.

La Anunciación (Francisco de Goya)

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