«Al hombre contemporáneo,
frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza,
postrado por la sensación de su limitación
y asaltado por aspiraciones inconmensurables,
turbado en el ánimo y dividido el corazón,
con la mente suspendida por el enigma de la muerte,
oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión,
presa de sentimientos de náusea y de hastío,
la Virgen María,
contemplada en su vicisitud evangélica
y en la realidad ya conseguida en la ciudad de Dios,
ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora:
la victoria de la esperanza sobre la angustia,
de la comunión sobre la soledad,
de la paz sobre la turbación,
de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea,
de las perspectivas eternas sobre las temporales,
de la vida sobre la muerte».
(S. Pablo VI, Marialis cultus, 57)
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