Para orar despacio con la tradición eucarística hispana:
Es digno y justo, Señor, Padre nuestro, Dios todopoderoso y eterno,
que te demos gracias a ti y a Jesucristo, tu Hijo.
Su humanidad nos ha recogido, su humildad nos ha levantado,
nos absuelve al ser traicionado, nos redime con su pasión,
su cruz nos salva, su sangre nos lava, su carne nos alimenta.
Él se entregó hoy por nosotros y deshizo los lazos de nuestra culpa.
Él para ponderar ante sus fieles la munificencia de su bondad y su humildad,
no desdeñó lavar los pies del traidor,
que ya tenía sus manos manchadas por el crimen.
¿Qué tiene de extraño que dejara sus vestiduras,
cuando cercano a la muerte,
cumple voluntariamente una misión propia de siervo,
si se despojó a sí mismo de su categoría divina?
¿Qué tiene de extraño que se ciña con una toalla,
quien, al asumir la condición de siervo,
apareció revestido de humanidad?
¿Qué tiene de extraño que eche agua en una palangana
para lavar los pies a sus discípulos,
quien derramó su sangre sobre la tierra
para lavar las inmundicias de los pecados?
¿Qué tiene de extraño que enjugara los pies que había lavado
con la toalla que le ceñía,
el que con el cuerpo de que estaba revestido
disipó las dudas de los evangelistas?
Y para ceñirse con la toalla, dejó los vestidos que llevaba,
pero para adoptar la condición de siervo;
al aniquilarse a sí mismo, no dejó lo que tenía,
sino que aceptó lo que no tenía.
Fue despojado de sus vestiduras para ser crucificado
y envuelto en unos lienzos para ser enterrado.
Toda su pasión resultó purificación para los que creen en él.
Pues, al padecer, presenta su muerte como una ofrenda,
no sólo para aquellos por los que vino a sufrir la muerte,
sino también para aquel que había de entregarle a la muerte.