<Ad Coenam Agni> = A la Cena del Cordero


Revestidos de blancas vestiduras,
vayamos al banquete del Cordero
y, terminado el cruce del mar Rojo
alcemos nuestro canto al rey eterno.

La caridad de Dios es quien nos brinda
y quien nos da a beber su sangre propia,
y el Amor sacerdote es quien se ofrece
y quien los miembros de su cuerpo inmola.

Las puertas salpicadas con tal sangre
hacen temblar al ángel vengativo,
y el mar deja pasar a los hebreos
y sumerge después a los egipcios.

Ya el Señor Jesucristo es nuestra pascua,
ya el Señor Jesucristo es nuestra víctima:
el ázimo purísimo y sincero
destinado a las almas sin mancilla.

Oh verdadera víctima del cielo,
que tiene a los infiernos sometidos,
ya rotas las cadenas de la muerte,
y el premio de la vida recibido.

Vencedor del averno subyugado,
el Redentor despliega sus trofeos
y, sujetando al rey de las tinieblas,
abre de par en par el alto cielo.

Para que seas, oh Jesús, la eterna
dicha pascual de nuestras almas limpias,
líbranos de la muerte del pecado
a los que renacimos a la vida.

Gloria sea a Dios Padre y a su Hijo,
que de los muertos ha resucitado,
así como también al sacratísimo
Paracleto, por tiempo ilimitado. Amén.

***

Laberinto en un muro de la iglesia de san Francisco de Alatri (Lacio, Italia)

***
En esta antigua fiesta de san Miguel, conviene recordar la importancia de la sal bendita
como sacramental de exorcismo.
Conviene tener en cada hogar un pequeño recipiente de sal bendita.
Es una antigua costumbre hispana.
Es un arma poderosa contra el mal,
como indica la bendición que aparece tanto en el Misal como en el Ritual:

Te suplicamos, Dios todopoderoso, 
que bendigas (+) en tu bondad esta sal creada por ti. 
Tú mandaste al profeta Eliseo arrojarla en el agua estéril para hacerla fecunda. 
Concédenos, Señor, que al recibir la aspersión de esta agua mezclada con sal 
nos veamos libres de los ataques del enemigo; 
y la presencia del Espíritu Santo nos proteja siempre. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.

«Lo que para las generaciones anteriores era sagrado,
también para nosotros permanece sagrado y grande
y no puede ser improvisamente totalmente prohibido
o incluso considerado perjudicial.
Nos hace bien a todos conservar las riquezas
que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia
y de darles el justo puesto.»
Benedicto XVI, 7 julio 2007

Vidriera del Cordero pascual o Agnus Dei de M. Chagall en la catedral de Reims (Francia)

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