Comenzando la quinta semana de la Cuaresma

 

Jesús va de Betania a Jerusalén y después de la oración, de madrugada, va al templo. Le traen a una mujer sorprendida en flagrante adulterio.

 Todos contra ella menos Jesús que siempre acoge y perdona. Nadie la mira. No les interesa nada de lo que hay en su corazón.

Le preguntan, para que se “moje”, sobre el pecado que Moisés, citando la Ley, manda apedrear.

Los fariseos quieren, a toda costa, sin escucharla y sin mirarla, comenzar a tirar piedras.

Jesús calla y escribe sobre la arena.

Tres son las actitudes que tiene Jesús como contestación al pecado del mundo.

 Primero, guarda silencio para hacerles recapacitar de su falsedad e hipocresía. Se acercan a aquella mujer sin entrañas de misericordia y como acusadores.

La aplicación de la justicia es para los fariseos venganza.

Segundo, se agacha, se pone al nivel de la mujer. Como en el cenáculo, él se pone a los pies de los pecadores, de rodillas, para escucharla.

Su venganza es su Corazón misericordioso. Siempre actúa así el Señor con los pecadores, que somos todos; y quien diga que no ha pecado es un mentiroso, dice San Pablo.

Por ultimo, escribía sobre la arena. Nos sugiere que todo lo que se escribe sobre arena es para que se pueda borrar.

El pecado no debe permanecer en nuestra vida, sino que por la constante llamada del Señor a la conversión debe perdonarse y borrarse con el dedo de su infinita misericordia.

Jesús, sencillamente, dice que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Comenzando por los más viejos, a los que la experiencia de la vida les hace sabios, van escabulléndose uno por uno.

Al final, la mujer se encuentra a solas con Jesús. Le pregunta el Señor por sus acusadores. ¿Dónde están?

La mujer y nosotros, en el encuentro con Jesús, hemos experimentado que ha sido derrumbado el acusador, el que nos acusaba siempre, como dice el salmo, hemos escapado de la trampa del cazador, la trampa se rompió y escapamos.

+ Francisco Cerro Chaves

Obispo de Coria-Cáceres

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