Domingo del anuncio de la parusía del Señor.
XXXIII durante el año

 

Lecturas bíblicas:
Dan 12, 1-3—
Sal 15, 5.8-11—
Hebr 10, 11-14.18—
Mc 13, 24-32.

«El conocido “discurso apocalíptico de Marcos”, en realidad, es la conversación confidencial del Señor con cuatro de sus apóstoles (Pedro, Juan, Santiago y Andrés) en el monte de los Olivos a la vista del templo de Jerusalén (Mc 13,3).

El fragmento del Evangelio que se proclama es la parte central donde se anuncia la venida gloriosa del Hijo del hombre (con gran poder y gloria). Utilizando el lenguaje apocalíptico muy en boga en tiempos de Jesús, se dice que antes de su venida habrá un cataclismo en los astros del cielo (en realidad es una cita de Isaías).

Con estas imágenes los profetas anunciaban un mundo nuevo y, seguramente, se referían a los poderes temporales. Si la luz del sol, de la luna y de las estrellas se extingue quiere decir que sólo la luz del Señor resplandecerá por toda la Tierra»

(Mn. Serra).

Este domingo se celebra la Jornada mundial de los pobres.

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Hoy comienza del tiempo de Adviento
en los calendarios ambrosiano e hispano-mozárabe.
En el Rito romano inicia el 28 de nov.

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Meditación para colocar este año el árbol de Pascuas:

“En el Salmo 96 [95] Israel, y con él la Iglesia, alaban la grandeza de Dios que se manifiesta en la creación. Todas las criaturas están llamadas a unirse a este canto de alabanza, y en él se encuentra también una invitación:  

«Aclamen los árboles del bosque delante del Señor, que ya llega», (12s.).  

La Iglesia lee también este Salmo como una profecía y, a la vez, como una tarea… 

Él «viene». Y, así, el corazón de los hombres se despierta. El canto nuevo de los ángeles se convierte en canto de los hombres que, a lo largo de los siglos y de manera siempre nueva, cantan la llegada de Dios como niño y, se alegran desde lo más profundo de su ser. Y los árboles del bosque van hacia Él y exultan. El árbol [de Navidad] habla de Él, quiere transmitir su esplendor y decir: Sí, Él ha venido y los árboles del bosque lo aclaman. Los árboles en las ciudades y en las casas deberían ser algo más que una costumbre festiva: ellos señalan a Aquél que es la razón de nuestra alegría, al Dios que viene, el Dios que por nosotros se ha hecho niño. El canto de alabanza, en lo más profundo, habla en fin de Aquél que es el árbol de la vida mismo reencontrado. En la fe en Él recibimos la vida. En el sacramento de la Eucaristía Él se nos da, da una vida que llega hasta la eternidad. En estos momentos nosotros nos sumamos al canto de alabanza de la creación, y nuestra alabanza es al mismo tiempo una plegaria:

Sí, Señor, haz vernos algo del esplendor de tu gloria.
Y da la paz en la tierra.
Haznos hombres y mujeres de tu paz. Amén”
(Benedicto XVI).

 

 

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