La «hora» de la Pascua

Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1),
Jesús vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa:
Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos
y se sienta a la derecha del Padre
«una vez por todas» (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12).
Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia,
pero absolutamente singular:
todos los demás acontecimientos suceden una vez,
y luego pasan y son absorbidos por el pasado.
El misterio pascual de Cristo, por el contrario,
no puede permanecer solamente en el pasado,
pues por su muerte destruyó a la muerte,
y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo
y padeció por los hombres participa de la eternidad divina
y domina así todos los tiempos
y en ellos se mantiene permanentemente presente.
El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece
y atrae todo hacia la Vida.
(Catecismo 1085).

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La costumbre de la velatio o velación de las ofrendas
es una de las antiguas costumbres que
ha continuado en nuestra práctica celebrativa actual
de la liturgia hispano-mozárabe.

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Oramos en Cuaresma:

«Entre las formas de oración que exaltan la Sagrada Escritura se encuentra sin duda la Liturgia de las Horas…. una «forma privilegiada de escucha de la Palabra de Dios, porque pone en contacto a los fieles con la Sagrada Escritura y con la Tradición viva de la Iglesia».

Se ha de recordar ante todo la profunda dignidad teológica y eclesial de esta oración.

En efecto, «en la Liturgia de las Horas, la Iglesia, desempeñando la función sacerdotal de Cristo, su cabeza, ofrece a Dios sin interrupción (cf. 1 Ts 5,17) el sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre (cf. Hb 13,15). Esta oración es “la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo, con su cuerpo, al Padre”».

A este propósito, el Concilio Vaticano II afirma: «Por eso, todos los que ejercen esta función, no sólo cumplen el oficio de la Iglesia, sino que también participan del sumo honor de la Esposa de Cristo, porque, al alabar a Dios, están ante su trono en nombre de la Madre Iglesia».

En la Liturgia de las Horas, como oración pública de la Iglesia, se manifiesta el ideal cristiano de santificar todo el día, al compás de la escucha de la Palabra de Dios y de la recitación de los salmos, de manera que toda actividad tenga su punto de referencia en la alabanza ofrecida a Dios.

Quienes por su estado de vida tienen el deber de recitar la Liturgia de las Horas, vivan con fidelidad este compromiso en favor de toda la Iglesia. Los obispos, los sacerdotes y los diáconos aspirantes al sacerdocio, que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrarla, tienen la obligación de recitar cada día todas las Horas.

Además, aliento a las comunidades de vida consagrada a que sean ejemplares en la celebración de la Liturgia de las Horas, de manera que puedan ser un punto de referencia e inspiración para la vida espiritual y pastoral de toda la Iglesia.

El Sínodo [sobre la palabra de Dios] ha manifestado el deseo de que se difunda más en el Pueblo de Dios este tipo de oración, especialmente la recitación de Laudes y Vísperas. Esto hará aumentar en los fieles la familiaridad con la Palabra de Dios. Se ha de destacar también el valor de la Liturgia de las Horas prevista en las primeras Vísperas del domingo y de las solemnidades… Para ello, recomiendo que, donde sea posible, las parroquias y las comunidades de vida religiosa fomenten esta oración con la participación de los fieles».

(Benedicto XVI, Verbum Domini 62)


Entrada de la antigua ermita mudéjar de Sta. María (Carabanchel, Madrid)

 

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