La huella de la fe

Hemos recibido la fe para transmitirla a los demás…
Y debemos dar un fruto que permanezca.
Todos los hombres quieren dejar una huella que permanezca.
Pero ¿qué permanece?
El dinero, no.
Tampoco los edificios; los libros, tampoco.
Después de cierto tiempo, más o menos largo,
todas estas cosas desaparecen.
Lo único que permanece eternamente es el alma humana,
el hombre creado por Dios para la eternidad.
Por tanto, el fruto que permanece
es todo lo que hemos sembrado en las almas humanas:
el amor, el conocimiento;
el gesto capaz de tocar el corazón;
la palabra que abre el alma a la alegría del Señor.
Así pues, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a dar fruto,
un fruto que permanezca.
Sólo así la tierra se transforma de valle de lágrimas en jardín de Dios.

Card. J. Ratzinger

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