<Antes de que el agua corra por la frente del bautizado,
la Iglesia le marca con la señal de la cruz,
le fortalece con la imposición de las manos
y le purifica mediante el exorcismo,
le entrega el Símbolo de la fe y el Padrenuestro,
le abre los oídos y le exige la renuncia a Satanás.
En esta forma actual, condensado y breve,
persiste –nunca debiéramos olvidarlo- la antigua virtud
[del largo proceso catecumenal].
Así, todos los que en el bautismo hubimos de pasar por estas santas ceremonias
hemos vencido en Cristo a Satán con todo su cortejo,
y hemos recuperado la entrada al paraíso>.
(Bonifatia Brügge, ¡Escucha, Satán, tu sentencia!, en “Nuestra Pascua”, p. 82)
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