Lázaro, el rostro de Cristo

“Hasta los perros venían y le lamían sus úlceras” 
Lc 16,19-31

Introducción
La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro es una parábola de contrastes. La cercanía local entre ambos personajes, entre la vida de lujos, placeres y refinamientos y la más profunda de las miserias unida a las llagas, a la
enfermedad, aumenta el efecto de contraste. Aunque la miseria de Lázaro es de grado extremo ya que su dolorosa enfermedad no le permite ir de casa en casa pidiendo limosna, el rico no se ocupa en absoluto de él, no por maldad sino porque ni siquiera le “ve”, porque su ceguera culpable no se lo permite, tiene la conciencia anestesiada. Ante esta dramática situación surge la pregunta:

¿Por qué ha enfermado Lázaro? Un lema de Cáritas alemana responde perfectamente a esta cuestión: “La pobreza enferma”. Hasta la salud, que tanto valoramos y cuidamos le es arrebatada a los pobres por falta de unos mínimos dignos para subsistir.
La parábola pone de relieve el funesto poder de las riquezas cuando no se ponen al servicio de la misericordia, piedra angular del cristianismo, y de la que únicamente depende la salvación, Mt 25,31-46.

Y ante esta parábola, ciertamente intranquilizadora, nos debemos preguntar: ¿nosotros dónde nos podemos situar? Sin duda, en el lugar de los cinco hermanos del hombre opulento porque todavía tenemos vida y con ella posibilidad de “escuchar a los profetas”, es decir, de actuar con misericordia, que es la única que nos salvará en el Juicio.

Comentario al Lázaro de San Clemente de Taüll
Hay una frase de Franz Kafka sobre la gloria oculta en la vida, que, con frecuencia, no se podría sospechar. Kafka dijo una vez: “Se puede pensar muy bien que la gloria de la vida está dispuesta en cada uno y siempre en su total plenitud, pero velada en la profundidad, invisible, muy distante; está allí, ni hostil, ni a disgusto, ni sorda. Si se la llama con la palabra correcta, con el nombre correcto, entonces viene”.

Existe una “gloria” en la vida humana tapada, oculta, derramada en lo más profundo. Y cuando Kafka opina que esta gloria está allí “en cada uno y siempre en su total plenitud”, entonces tal gloria tiene que ser reconocible también en el rostro de un mendigo, de un enfermo de Sida, de un ser humano de un ambiente de marginación. Tendría que poder llegar a ser descubierta en todos los “Lázaros” que están “fuera, delante de la puerta”.

Lázaro es el único personaje de las parábolas identificado con nombre propio (en el texto griego Epulón no es nombre propio, se dice “un hombre opulento”). Lázaro o Eleazar en hebreo significa “Dios ayuda”. Evidentemente en el relato queda muy claro que los únicos misericordiosos con él en este mundo fueron los perros.

En realidad el propio Cristo ha llamado la atención sobre esta gloria oculta, cuando dice: “Lo que hagáis siempre con uno de estos mis más pequeños hermanos, a me lo hacéis”, Mt 25,40. La gloria de Jesucristo, el Dios hecho hombre, quiere resplandecer en el rostro de todo ser humano que nos encuentre en la calle o en un barrio bajo de los suburbios.

Muchas realidades teológicas, que tenemos que hacer nuestras de nuevo con esfuerzo (en una “era post-cristiana” evidentemente), nuestros antepasados las han “sabido creyendo”, quizás no las han sabido por reflexión, pero, sin embargo, han confiado en algo así como un “instinto espiritual” profundamente interiorizado.

Por este motivo aquel artista de Taüll en el año 1.123 dio al Lázaro que yace delante de la puerta del rico Epulón, el mismo rostro que el de Cristo, el cual mayestáticamente, en el ábside central de la Iglesia, contempla, en actitud de bendecir desde lo alto, a la comunidad creyente reunida.

En el primer arco triunfal, en el centro, se halla la Dextera Domini inscrita en un círculo. En el segundo arco triunfal, en el centro, aparece el Agnus Dei del Apocalipsis con sus siete ojos y en un lateral, a la derecha de nuestro Creador y Señor, la escena del pobre Lázaro. El artista ha querido situar los dos rostros iguales a similar altura, de modo que el espectador pueda comparar uno con otro sin tener que cambiar la mirada, todo ello en un “clima” de Juicio universal.

El artista parece querer decir a los hombres y mujeres reunidos para el culto divino: Tú, hombre, que contemplas a Cristo, que celebras ahora en la casa de Dios Sus misterios, que intentas conservar Su imagen en ti por medio de la fe, no olvides, cuando abandones este lugar, que el mismo Rostro te contempla otra vez de la misma forma “fuera, delante de la puerta”, cuando te encuentre una persona que te necesita con urgencia. Entonces reconoce de nuevo este rostro, también y ciertamente por eso, porque te contempla desde los harapos y la suciedad. Es el “Cristo convertido en sufriente” en sus hermanos y hermanas.

¿Qué podría decirnos esta imagen de Lázaro en la actualidad?
Sabemos que la pobreza puede ser algo diferente a la falta de bienestar y que la riqueza no es idéntica a grandes posesiones. Experimentamos con frecuencia que también los ricos “son pobres gentes con dinero”, así como por el contrario ser pobre puede abrir a una justicia, que se extiende más allá de la vida presente. Sin embargo, hay que luchar contra una pobreza que tiene su causa en las estructuras sociales injustas. En todas partes hoy esta pobreza nos salta a la vista, no es posible abarcarla de una ojeada. Los modernos “Lázaros” yacen delante de nuestra puerta más que nunca. Son los que de distintos modos llegan a la vida con demasiada precariedad, de hecho se trata de los que son despojados de toda esperanza. No son sólo individuos aislados, son los discriminados de las más diversas razas, son todos los pueblos del llamado “tercer mundo”.

¿Los vemos? ¿Los queremos ver? ¿O con frecuencia, como el fariseo del Evangelio, nos dejamos llevar por un criterio presuntamente teológico de que un muerto resucitado podría ayudar a abrir y a vencer la esclerosis de un corazón duro (esclerosis viene del griego “esclerocardia” = endurecimiento del corazón), podría hacer creyente a un incrédulo? Pero ¿no es verdad que no hace mucho tiempo un muerto volvió y se manifestó como Viviente? Los endurecidos de corazón ¿Le han creído más por eso?

El leproso tiene el rostro de Cristo. Los que se colocan ante la experiencia de la fe, ven a este Cristo en San Clemente de Taüll – si Le quieren ver – dos veces: en el servicio divino y en el servicio fraterno o diaconía. Al entrar en la Iglesia y al abandonar la Iglesia. Le ven dos veces, pero es el mismo Cristo.

¿Será después de toda esta reflexión (aún) menos probable una escisión en la praxis de nuestra vida?
Josef Bill, s.j.

 

http://www.vacarparacon-siderar.es

1 comentario en “Lázaro, el rostro de Cristo

  1. Gracias por esta reflexión.
    Lo de los pobres del mundo, cercanos y lejanos es una lacerante omisión para nosotros los opulentos o semiopulentos. Poco mas que decir…
    Duele. La omisión, la lectura light de los Profetas, lo de Jesús y los pobres, lo de nuestros cercanos drogadictos, enfermos mentales, heridos del corazón.

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