Lo que importa: <Hacia el Señor>

“Nosotros, que sabemos por la celebración de cada martes lo que es volverse hacia el Señor y caminar sin ver, guiados en esperanza, a la voz profética del diácono, “oídos atentos al Señor”, no perdamos ahora la dirección del corazón. El Papa decía el Domingo de Ramos:

“No nos perdamos en lo insignificante”.

Así debe ser, tantas cosas que creíamos importantes vemos ahora que eran insignificantes, tantas que creíamos tan valiosas, tan necesarias, se manifiestan ahora como pequeñas y sin mayor trascendencia… y, a cambio, aprendemos que nuestra vida es una ofrenda, hasta haciendo las cosas más pequeñas, si estas son para bien de todos, mirando al prójimo, como es ahora quedarse en casa. De una forma tan pequeña, podemos ser sacerdotes y ofrendas, podemos glorificar a Dios sin dudarlo. Perseveremos así: no nos desanimemos ahora, no cambiemos el plan. Pensemos en el bien de todos. Aprovechemos estos días para evaluar el proceso que vamos haciendo, el proceso interior. No contemos solamente días, enfermos, sanos… contemos lo que se va moviendo en nuestro corazón, lo que vamos pensando, lo que oramos, lo que estamos dispuestos a cambiar, en lo que estábamos errados:

¿qué es verdaderamente necesario?
¿Cuántas conversaciones o discusiones absurdas veo ahora que me sobran?
¿Cuántas palabras o juicios ofensivos o vanos?
¿Cómo miro a los demás?
¿No los veo más cerca?”

 

+++

 

Para rezar despacio:

 

Revestidos de blancas vestiduras
vayamos al banquete del Cordero,
y terminado el cruce del Mar Rojo
alcemos nuestro canto al Rey eterno.

 

La caridad de Dios es quien nos brinda
y quien nos da a beber su sangre propia,
el Amor sacerdote es quien se ofrece
y quien los miembros de su cuerpo inmola.

 

Las puertas salpicadas con tal sangre
hacen temblar al Ángel vengativo,
y el mar deja pasar a los hebreos
y sumerge después a los egipcios.

 

Ya el Señor Jesucristo es nuestra pascua,
ya el Señor Jesucristo es nuestra víctima:
el ázimo purísimo y sincero
destinado a las almas sin mancilla.

 

Oh verdadera víctima del cielo,
que tiene a los infiernos sometidos,
ya rotas las cadenas de la muerte,
y el premio de la vida recibido.

 

Vencedor del averno subyugado,
el Redentor despliega sus trofeos,
y sujetando al rey de las tinieblas
abre de par en par el alto cielo.

 

Para que seas, oh Jesús, la eterna
dicha pascual de nuestras almas limpias,
líbranos de la muerte del pecado
a los que renacimos a la vida.

 

Gloria sea a Dios Padre y a su Hijo,
que de los muertos ha resucitado,
así como también al sacratísimo
Paráclito por tiempo ilimitado.

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