Oh Dios, que para aliviar los trabajos de esta vida
concedes los diversos consuelos y gozos de tus dones,
con los cuales festejamos los días insignes
que recurren cada año
y celebramos la Epifanía…

Conmemoramos hace poco la natividad del Señor Salvador,
nacido para nosotros en el tiempo,
él que nació de ti fuera del tiempo,
pues es antecesor y creador de todos los siglos y de los tiempos.

Siguió después la circuncisión en el día octavo,
señalado por la luz de tu Unigénito,
y la celebramos con devoción semejante
por medio de solemnes ofrendas.

Ahora celebramos la Epifanía,
que revela la divinidad en el hombre
y muestra diversos aspectos de la manifestación al mundo
de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Así recordamos la estrella anunciadora de su nacimiento,
enviada desde el cielo y que precedió a los admirados Magos
junto a la cuna de su infancia;

como se sumergió en las aguas de su bautismo
para santificar el curso del Jordán
y lavar a todas las gentes,
al tiempo que, al enviar tu Espíritu en forma de paloma,
y hacer oír tu voz paterna,
declaraste que era tu Hijo Unigénito, el Predilecto;

y también en el primer signo
que llevó a cabo en Caná de Galilea,
al convertir las aguas en vino,
mostrando que, después de siglos,
había llegado el noble y admirable signo
de que debía unirse a la Iglesia su esposa
y que la fe de la verdad había de ser transformada
en el gusto espiritual del vino de la prudencia.

Por medio de estas tres maravillas
que nos propone la fe en esta solemnidad de hoy,
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
aparece como la realización de tu potencia
y la preparación de nuestra salvación.

Por esto, Señor,
de acuerdo con estas tres maravillas,
permanezca en nosotros la integridad de la gracia espiritual,
que nuestros corazones gusten el sabor del vino de la prudencia
y brille en nuestro obrar la estrellas de la justicia. R/. Amén.

Por tu misericordia…. R/. Amén.