Para una contemplación tras la Epifanía

Señor Jesús:

Apareció una estrella,
rutilante por el fuego,
blanca por la luz,
agradable de contemplar,
deseada por la esperanza,
admirable por la novedad,
terrible por su significado.
La magnitud de su esplendor
asustó inmediatamente
a la obstinada curiosidad de los Caldeos,
y superada la antigua superstición
de las costumbres de los babilonios.
Magos perspicaces comprendieron
como yacían en las tinieblas
y que si no se interesaban
por la naturaleza de las luces visibles,
ignorarían al autor de la luz.
Dejando de lado el orgullo de los pueblos de Asiria,
hombres estudiosos,
siguiendo indicios celestiales,
descubrieron la posibilidad de adorar a Dios
entre los hombres.

Hay que añadir a todo esto que,
dando ejemplo de humildad
y no por necesidad de pecado,
te sumergiste en las aguas del Jordán
para santificarlas.
Y resonó la voz del Padre
dando testimonio de su Hijo
y sobre el nuevo Adán
se posó el Espíritu de los siete dones,
mostrando a quien el Bautista podía bautizar.
No podría dejar de decir
como este mismo Jordán, en siglos pasados,
fue célebre, cuando se detuvieron sus torbellinos,
y mientras las aguas continuaron fluyendo
hasta esconderse en el mar,
las que quedaron fueron levantadas en el aire,
dejando espacio entre las aguas,
permitiendo que las tribus atravesaran tranquilas a pie enjuto.

Después de esto vertiste agua en las vasijas,
y vino en el agua,
y bajo el imperio de tu mandato,
las uvas introdujeron variación en el agua
y la vendimia tuvo lugar en las vasijas.
En tiempos pasados,
no fue un milagro menor
que tu prodigalidad hiciera manar
de las entrañas de la árida tierra un río reparador;
pero ahora no se trata de corrientes en la tierra seca,
cuanto de cambiar el sabor de los mismos líquidos.

Con cinco panes y dos peces
alimentaste en el desierto a cinco mil hombres.
Esto se produjo por efecto de tu bendición,
ya que tan gran multitud,
que para quedar saciada habría debido necesitar mucho,
con poco quedó satisfecha.
Y así mientras procedía la disminución de la comida
en la boca de los hombres,
había crecimiento entre los restos,
y mientras aumentaban los alimentos al fragmentarlos,
muchos pedazos, no servidos a los participantes,
acabaron en cestos.
Esto realizó tu omnipotencia para manifestar tu gloria.

Por esto, todos los ángeles y arcángeles
no cesan de alabarte cada día, diciendo:
Santo, Santo, Santo…

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