Pinceladas sobre el Oficio vespertino 

Lámpara en Priesca (Asturias).

 

Gracias a numerosos testimonios sabemos que, a partir del siglo IV, las Laudes y las Vísperas ya son una institución estable en todas las grandes Iglesias orientales y occidentales. Así lo testimonia, por ejemplo, san Ambrosio 

«Como cada día, yendo a la iglesia o dedicándonos a la oración en casa, comenzamos desde Dios y en él concluimos, así también el día entero de nuestra vida en la tierra y el curso de cada jornada ha de tener siempre principio en él y terminar en él» (De Abraham, II, 5, 22).

Así como las Laudes se colocan al amanecer, las Vísperas se sitúan hacia el ocaso, a la hora en que, en el templo de Jerusalén, se ofrecía el holocausto con el incienso. A aquella hora Jesús, después de su muerte en la cruz, reposaba en el sepulcro, habiéndose entregado a sí mismo al Padre por la salvación del mundo.

Las diversas Iglesias, siguiendo sus tradiciones respectivas, han organizado el Oficio divino o Liturgia de las Horas según sus propios Ritos.  

Excepto en Cuaresma, resuena el Aleluya, expresión judía que significa «Alabad al Señor», y que se ha convertido, para los cristianos, en una gozosa manifestación de confianza en la protección que Dios reserva a su pueblo.

En la oración vespertina hay salmos lucernarios, en los que es explícita la mención de la noche, de la lámpara o de la luz.

Otros salmos manifiestan confianza en Dios, refugio seguro en la precariedad de la vida humana; los hay de acción de gracias y de alabanza; en algunos salmos se transparenta el sentido escatológico evocado por el final del día, y en otros se subraya el carácter sapiencial o el tono penitencial.

 

En la Iglesia latina se han transmitido elementos que favorecen la comprensión de los salmos y su interpretación cristiana, como los títulos, las oraciones sálmicas o las antífonas.

El canto del himno hace resonar los motivos de la alabanza de la Iglesia en oración, evocando con inspiración poética los misterios realizados para la salvación del hombre en la hora vespertina, en particular, el sacrificio consumado por Cristo en la cruz. 

 

En la celebración comunitaria, el gesto de incensar el altar puede sugerir -a la luz de la tradición judía de ofrecer el incienso sobre el altar de los perfumes- el carácter oblativo del «sacrificio de alabanza», expresado en la liturgia de las Horas. Uniéndonos a Cristo en la oración, podemos vivir personalmente lo que se afirma en la carta a los Hebreos:

«Ofrezcamos sin cesar, por medio de él,
a Dios un sacrificio de alabanza,
es decir, el fruto de los labios que celebran su nombre»
(Hb 13, 15; cf. Sal 49, 14. 23; Os 14, 3).

Las preces expresan la voz suplicante de la Iglesia, que recuerda la solicitud divina por la humanidad, obra de sus manos.  

La liturgia de las Vísperas tiene su coronamiento en la oración de Jesús, el padrenuestrosíntesis de toda alabanza y de toda súplica de los hijos de Dios regenerados por el agua y el Espíritu. Al final de la jornada, la tradición cristiana ha relacionado el perdón implorado a Dios en el padrenuestro con la reconciliación fraterna de los hombres entre sí: el sol no debe ponerse mientras alguien esté airado (cf. Ef 4, 26).

La plegaria vespertina se completa con una oración que, en sintonía con Cristo crucificado, expresa la entrega de nuestra existencia en las manos del Padre, conscientes de que jamás nos faltará su bendición. 

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