Preparación próxima a la Navidad:
desde el 17 al 24

En algunos lugares hoy se celebra
a san David, rey de Israel
y a los Tres Jóvenes del horno de Babilonia:
Ananías, Azarías y Misael

Las «Benedictiones» que ellos entonaron
como prefiguración pascual
son muy empleadas en la oración
de la liturgia hispan (cf. Dan 3).
+++

Hay dos series de lecturas bíblicas
en los días laborables del Adviento:
una desde el principio hasta el día 16 de diciembre,
y la otra desde el día 17 al 24 de este mes.

En la última semana antes de Navidad,
se leen los acontecimientos que prepararon de inmediato
el nacimiento del Señor,
tomados del Evangelio de san Mateo (cap. 1) y de san Lucas (cap. 1).

En la primera lectura se han seleccionado algunos textos
de diversos libros del Antiguo Testamento,
teniendo en cuenta el Evangelio del día,
entre los que se encuentran algunos vaticinios mesiánicos
de gran importancia.

Son los días de las grandes Antífonas
con los títulos de Cristo: Sabiduría, Adonai, etc.

Son, también, jornadas adecuadas para pedir los siete dones del Espíritu Santo:

sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. 

Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben.
Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas
(cf. Cat. 1831).

****

Unos 150 años…
él árbol del Paraíso

SE CUMPLEN, ahora, 150 años desde que en España se decoró el primer ABETO: fue en 1870 en el madrileño palacio de Alcañices, en el lugar se alza hoy el Banco de España. Vino de la mano de una rusa, Sofía Trobetzkoy, “princesa” que se casó con el duque de Sesto, conocido como Pepe Osorio, uno de los principales adalides de la restauración de la monarquía con Alfonso XII. Hay quien afirma que casi una década antes ya adornaba las navidades de los Duques de la Torre. Sea como fuere, la costumbre se extendió por las demás mansiones nobiliarias llegando, incluso al Palacio Real. Los relamidos, lo llamaron “árbol de Noël”; los castizos, “árbol de Pascuas”.

La tradición de decorar árboles en la Navidad española es mucho más antigua: ahí tenemos el desconocido “ramo leonés” o “ramo de Nochebuena” con sus doce velas por los 12 días de la Navidad (25 dic al 6 enero). Su presencia está atestiguada, también, en Ávila, Cantabria, Palencia, Zamora y Salamanca.

“El árbol -el abeto- como tradición asociada a la Navidad cristiana nació en el norte de Europa, en Alemania, y es atribuido a San Bonifacio en torno al año 723. Y prendió sobre todo en la antigua Rusia. De hecho, Tallín (Estonia), en 1441, y Riga (Letonia), en 1510, se disputan de hecho ser las primeras ciudades donde se colocó un árbol de Navidad. Luego Martín Lutero (s. XVI) lo convirtió en rutilante estrella de la Navidad protestante al prohibir el iconográfico Belén. Pero el árbol creció hasta convertirse hoy en un feliz testimonio navideño de creyentes y no creyentes, sin fronteras, más allá de toda cultura. Hans Christian Andersen decía, por ello, que es un «radiante esplendor».

Ese esplendor es un testimonio porque en el árbol todos son mensajes del Evangelio: el hecho de que sea un abeto con su hoja perenne, su forma triangular que apunta al cielo, la madera del tronco, la estrella en su copa, las bolas -y sus colores, que remiten a las oraciones de Adviento-, las luces, su parpadeo, el chocolate que colgamos, los lazos rojos, los regalos, como el incienso, el oro y la mirra, que depositamos a sus pies. Elementos que el cristiano de hoy -y menos el que no lo es- apenas sabe reconocer. Y que conecta, además, con las antiguas religiones y sus árboles sagrados, mitos nórdicos y germanos, romanos, que también nos habla de la naturaleza y los excesos, del solsticio que marca el fin de la oscuridad y comienzo, de nuevo, de la luz. Todos esos signos que la Iglesia hizo suyos con el nacimiento, muerte y resurrección de Jesucristo.

El árbol cambia la casa, el salón, lo transforma, como la propia Navidad nos cambia el corazón. Y cambia también nuestras plazas. Es un árbol que habla del tronco del profeta David, la estirpe de Cristo. Es un árbol porque la madera, a su vez, prefigura la Cruz en la que murió, como la cuna del Belén es también de madera. Y es un árbol porque remite al árbol de la Vida plantado en el Paraíso, símbolo del pecado de Adán y Eva, pero también de la salvación que viene con el Niño que va a nacer. Ese que se describe en San Mateo como la Estrella de la Mañana. Por eso una estrella preside en lo más alto el árbol. La misma estrella que recuerda a la de Belén que siguieron los Reyes Magos.

Es un árbol perenne como la esperanza y la fe, que en su origen se adornó de manzanas rojas y nueces, la manzana de Adán y Eva -el pecado- y las nueces doradas que anuncian que florecerá la salvación. Hoy esas manzanas -rojas porque rojo es el color que recuerda la Pasión de Cristo- y nueces son las bolas que brillan. Brillan como el espumillón, que recuerda al Universo, la obra de la Creación. Brillan como las bombillas -antiguamente eran velas-, evidente señal del nacimiento de Cristo: «Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo», dice el Evangelio de San Juan. Luz que se enciende y apaga continuamente, porque recuerda a la Resurrección. Y también, como el sacerdote y poeta Pedro Casaldáliga manifiesta, por ello esta luz «es símbolo de alegría, de fiesta, de vida, de felicidad, de gloria. ¡Y Navidad es luz!».” (J. C. Rodríguez, 2019)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *