Profesemos con los labios…

Cristo resucitado se aparece a María Magdalena junto al árbol de la vida

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¿De qué modo se hace posible la actualización del misterio pascual de Cristo?
El Papa san Juan Pablo II, a los 25 años de la constitución Sacrosanctum Conciliumescribió:
«Para actualizar su misterio pascual, Cristo está siempre presente en su Iglesia,
sobre todo, en las acciones litúrgicas.
La liturgia es, por consiguiente, el lugar privilegiado del encuentro de los cristianos con Dios
y con quien él envió, Jesucristo (cf. Jn 17, 3)» (Vicesimus quintus annus, n. 7).
En la misma línea leemos en el Catecismo de la Iglesia católica:
«Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios
con su Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo,
y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y de palabras»
(n. 1153).

​Por tanto, la primera exigencia para una buena celebración litúrgica
es que sea oracióncoloquio con Dios, ante todo escucha y, por tanto, respuesta.
San Benito, en su «Regla», hablando de la oración de los Salmos, indica a los monjes:
mens concordet voci, «que la mente concuerde con la voz».
El santo enseña que en la oración de los Salmos las palabras deben preceder a nuestra mente.
Habitualmente no sucede así, antes debemos pensar, y, luego,
aquello que hemos pensado se convierte en palabra.
Aquí, en cambio, en la liturgia, es al revés, la palabra precede.
Dios nos dio la palabra, y la sagrada liturgia nos ofrece las palabras;
nosotros debemos entrar dentro de las palabras, en su significado,
acogerlas en nosotros, ponernos en sintonía con estas palabras;
así nos convertimos en hijos de Dios, semejantes a Dios.
Como recuerda la Sacrosanctum Concilium,
para asegurar la plena eficacia de la celebración
«es necesario que los fieles accedan a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo,
pongan su alma de acuerdo con su voz
y cooperen con la gracia divina para no recibirla en vano» (n. 11).

Elemento fundamental, primario, del diálogo con Dios en la liturgia,
es la concordancia entre lo que decimos con los labios 
y lo que llevamos en el corazón.
Entrando en las palabras de la gran historia de la oración,
nosotros mismos somos conformados al espíritu de estas palabras
y llegamos a ser capaces de hablar con Dios.

 

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