Hoy recordamos al monje san Columbano de Bobbio (+ 615).
Misionero celta en la zona que llamó por vez primera «toda Europa» (totius Europae).
Es el fundador de monasterios en Francia, Suiza e Italia
difundiendo la Penitencia privada que enfatizaba la confesión individual y secreta,
seguida de la penitencia privada para los arrepentidos de sus pecados.
Mientras él predicaba en la Nochebuena (Luxeuil, 590) sus monjes adornaron un abeto
con antorchas encendidas en forma de cruz.
En la obra de la evangelización de Europa “junto al belén encontramos
el tradicional <árbol de Navidad>.
Se trata de una costumbre igualmente antigua, que exalta el valor de la vida,
porque en la estación invernal el abeto siempre verde
se convierte en signo de la vida que no muere….
nos recuerda el «árbol de la vida» (cf. Gn 2, 9), figura de Cristo,
don supremo de Dios a la humanidad.
Por tanto, el mensaje del árbol de Navidad es que la vida permanece <siempre verde>
si se convierte en don: no tanto de cosas materiales, cuanto de sí mismos:
en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón,
en el tiempo compartido y en la escucha recíproca.”
(San Juan Pablo II, Ángelus 19 de diciembre 2004)
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Junto al <árbol de Luz> coloquemos
la imagen de Jesús Niño
o el <misterio> con las imágenes de la sagrada Familia.
Además de las luces, los árboles han sido adornados con manzanas:
el símbolo del pecado de Adán.
Colgando del árbol
nos recuerdan que hemos sido liberados del pecado
porque Cristo ha cargado con nuestros pecados
en el árbol de la Cruz.
En latín la palabra malum significa manzana, pero, también, pecado
(depende del alargamiento de la vocal «a»).
Las bolas con las que hoy adornamos nuestros árboles de Pascuas
son las antiguas manzanas estilizadas.
Hoy pasa algo parecido con los árboles <siempre verdes>.
Las bolas son a las manzanas
lo que los modernos conos a los abetos.