Santa María y san Isidro,  esposos madrileños

Santa María [de la Cabeza] vivió en el s. XII.
Uceda, Caraquíz, Torrelaguna y Madrid -entre otros lugares-
fueron testigos de la vida de esta mujer del campo de Castilla.
Trabajadora, esposa, madre y anacoreta.
Recibe culto tras la devoción que alcanzó su esposo, Isidro.
Sabemos muy poco de la vida de estos labradores.
Ambos pertenecieron a la tradición hispano-mozárabe.
Unas pinceladas introductorias sobre el Rito hispano:

«El antiguo rito hispánico formó parte del grupo de liturgias de lengua latina que, entre los siglos V y VII, se constituyeron en Occidente.

 

No todas las liturgias occidentales lograron alcanzar su pleno desarrollo. Nada ha sobrevivido de las liturgias de Cartago y de Aquileya, que no superaron la fase inicial… Se llegó a la compilación de algunos libros del rito céltico, en Irlanda …
El Rito de Milán [o ambrosiano], con su producción musical, ejerció un influjo decisivo en la composición de los cantos del Rito romano y con ello se impuso como modelo supremo en Occidente…
 Algo semejante ocurrió a la liturgia galicana, que tuvo sus orígenes en la región de Provenza y que fue prácticamente desechada cuando el Reino franco-germánico adoptó el Rito romano.

 

Las dos únicas liturgias occidentales que pudieron formarse ampliamente, con abundancia de medios, sin límites de tiempo y sin obstáculos de cualquier género procedentes del exterior, fueron los Ritos romano e hispánico»

(Prenotandos del Misal Hisp-Moz. n. 1).

 

3 comentarios en “Santa María y san Isidro,  esposos madrileños

  1. Dignos representantes de nuestro rito son estos dos labradores sencillos que con su fé y vida ejemplar fueron un eslabón de los muchos que han permitido que el rito hispánico llegara hasta nosotros.
    A punto de comenzar el nuevo curso de misas, formación y excursiones demos gracias al Señor por esta gracia. Con El nada es casualidad.

  2. En las lecturas de hoy lunes dice Pablo a los de Colosas, es decir a los de Gothia en su inicio de curso…

    » Mi deseo es que se sientan animados y que, unidos estrechamente en el amor, adquieran la plenitud de la inteligencia en toda su riqueza. Así conocerán el misterio de Dios, que es Cristo, en quien están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.»

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