Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora

 

P. Diego Alberto Uribe Castrillón

  • La solemnidad de este día nos invita a pensar ahora en María. Hoy esta asamblea, fiel a la fe de sus mayores, a su herencia de santidad y de virtud, a sus tradiciones centenarias, celebra la gloria de la Reina Santísima, que tras su vida fiel y ejemplar ha sido exaltada a lo más alto de la gloria, ha sido constituida para siempre abogada nuestra, intercesora magnífica, modelo de los creyentes, refugio y vida de cuantos reconocemos en ella a la Madre Fiel del Salvador, a la Madre del Dios hecho hombre, a la Señora de la alegría y de la esperanza.
  • Una hermosa oración de la Iglesia, el Prefacio de la Virgen Madre y modelo de la Iglesia nos dice que, desde su Asunción a los cielos intercede sin cesar«.[1]

  • Ya desde Caná encontramos la bien llamada omnipotencia suplicante de la Madre del Señor. Silenciosa en su camino de discípula de Cristo ha seguido a su Señor y Salvador hasta la Gloria.
  • El «pequeño rebaño del Señor«, en el que ahora somos corderillos extasiados ante la belleza de su Señora Glorificada, camina hacia el encuentro con su «poderoso pastor«, como también proclama la oración del IV Domingo de Pascua[2] y en esa esperanza del encuentro nada mejor que hacer más llevadera la espera que en la detenida y sencilla meditación del destino de nuestra Señora.
  • » Ya entra la princesa bellísima, vestida de perlas y brocados, la llevan ante el rey en séquito de vírgenes, las damas de su corte entran en medio de alegría y felicidad» [3] Esta expresión se refiere a la Iglesia, porque  «… de pié a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir» [4], como prosigue el texto del Salmo, en buena hora asociado a la Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora y que nos sirve siempre de marco para recordar las maravillas de Dios que se realizan admirablemente en la que, por sola bondad es modelo de todo creyente.
  • Es la Virgen de la Espera: “una madre no se cansa de esperar» dice el canto popular mariano[5], y en esa actitud está nuestra Señora cerca al trono de la Gloria, cerca del Dios que amo y sirvió.
  • La Asunción es privilegio y consecuencia. Privilegio porque es primicia. Después de Cristo es llevada a la Gloria, después de su Señor se le tienden desde la gloria los delicados lazos del amor filial que la rescatan de la muerte, que abren su sepulcro y que coronan con gloria la totalidad de la existencia de la Madre Bienaventurada del Señor.
  • La Asunción es consecuencia más que lógica de una vida de fidelidad. ¿Qué no haría un hijo por su Madre? ¿Qué no hará una madre por su Hijo?
  • Si imaginamos sencillamente la escena de la muerte de nuestra Señora, rodeada del afecto de la comunidad cristiana, «terminado el recorrido de su vida terrena[6]» como proclama la definición dogmática, descubriríamos que nada más deseable para la comunidad que conservar sus reliquias, venerar su tumba. Pero desde el mensaje mismo del Evangelio, nuestra Señora no es para este mundo, aunque fue tomada de entre los hombres.
  • Su llamada desde la ternura de su cunita en Sión fue una llamada a los bienes y a la gloria de una vida al Servicio del Espíritu Santo.
  • Cubierta por la sombra del Altísimo está ya tocada de eternidad, iluminada por la luz de la gloria, su realidad humana sencilla y admirable no puede estar sujeta a las mismas viscicitudes del reto de los pecadores. «Purísima había de ser la Madre del Salvador«[7] dice el prefacio de la Inmaculada, y en este orden de realidades, su destino no es otro que una gloria a la que aspiramos nosotros también, porque queremos compartir con la Madre el gozo de la visión plena de Dios.
  • Superadas en la Gloria las contingencias del Tiempo y del Espacio, es para Ella una tarea y una alegría la de interceder por nosotros, la súplica por los hijos que recibió junto a la cruz y el sostenimiento de la esperanza de todos los que caminamos aún en este valle de dolor y esperanza. Desde su altísimo trono Dios reina sobre la Historia. Junto a la sede de la Justicia y de la Misericordia una abogada sencilla y humilde, ya prefigurada en la bíblica Esther,  sigue suplicando, sigue mirando desde lo alto la vaciedad de nuestras tinajas, porque el vino de la alegría se ha secado en nuestros corazones[8]. Sigue constatando, como en el Calvario, que para la sed del hombre sólo hay vinagre[9] y que Ella, la Madre, asume como su tarea la constante intercesión por las necesidades de la Iglesia y del mundo.
  • La Reina Asunta es nuestra abogada. La Invocamos porque sabemos que el amor de la madre la llevará siempre a interceder por quienes la amamos. Sabemos que, por infinito designio de Dios ha sido preservada del horror de la corrupción y que, gloriosa y magnífica, así como la representa esta sagrada imagen, sigue velando desde la gloria por sus hijos amados.
  • En estos días de fervor, enséñenos la Señora de la vida a vivir la alegría de la fe, a ser en el mundo signos de esperanza, a no vacilar cuando se nos invita a ser testigos que, con convicción, se manifiestan al mundo como lámparas que irradian luz y esperanza a cuantos aguardan la luz de la vida y la certeza del amor de Dios.
  • Santa Laura Montoya nos preste sus palabras para decir desde el alma en este día a nuestra Reina Asunta:

“ gloria a Vos tan bella! Amada Madre, poderosa Reina,
sonrisa de la vida humana! Amanecer del claro día de la fe!
Flor del campo, Rosa de Jericó, caricia de los cielos, hechizo de corazones, oriente de nuestra esperanza, consuelo en las tristezas de este mundo, Maná del alma sedienta de ternura, Medicina del enfermo corazón…Perfumado huerto que nos produjo a Jesús, Puerto de los náufragos del pecado, retoño de Adán que encierra el Cielo,
Cielo del mismo Cielo…[10]

  • Gloria a Vos, tan bella, Gloria a Dios, prendado eternamente de la belleza de las bellezas. Amén.

[1] Prefacio III de La Santísima Virgen María.

[2] Colecta del Domingo IV de Pascua.

[3] Salmo 45.

[4] Ibidem.

[5] Canto Mariano Popular. DRA.

[6] Pio XII. Munificentísimus Deus. Dogma de la Asunción.

[7] Prefacio de la Inmaculada.

[8] Juan 19.

[9] Juan 19, 25 ss.

[10] Santa Laura Montoya. Manual de Oraciones. Obsequios a María Inmaculada. Oración diaria.

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