En el Norte de África, a finales del s. II,
encontramos esta práctica
que pronto se difundirá por España:
“Si nos ponemos en camino,
si salimos o entramos,
si nos vestimos,
si nos lavamos
o vamos a la mesa,
a la cama,
si nos sentamos,
en estas y en todas nuestras acciones
nos marcamos la frente con el signo de la cruz”
(Tertuliano, La corona de los soldados, III,4).
En Siria /Egipto y Roma la costumbre de signarse
se realiza en la vida cotidiana como memoria
de la victoria pascual de Cristo
y, consecuentemente,
como defensa ante las asechanzas del Enemigo:
“Cuando eres tentado,
márcate devotamente la frente:
es el signo de la Pasión,
conocido y experimentado contra el diablo
si lo haces con fe,
no para ser visto por los hombres,
sino presentándolo como un escudo”
(Traditio Apostolica, n. 42).
En la Iglesia visigoda
encontraremos el testimonio litúrgico
de san Isidoro de Sevilla (+ 636).