
Sepulcro del santo en Bari (Apulia, Italia).
Sepulcro del santo en Bari (Apulia, Italia).
Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María:
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La Vigilia de la Inmaculada de la Basílica de la Concepción será el día 7 de diciembre a las 21’30 h. Una celebración –con elementos de la liturgia hispano-mozárabe- que conviene difundir (c/ Goya 26 Madrid). |
2. Todo a su tiempo:
Desde el primer domingo de adviento y hasta el día 16 de diciembre, incluido, no se habla de Navidad, sino de Parusía (que esperamos).
A partir del 17 de diciembre y hasta el 24, incluido, no se habla de Parusía, sino de Navidad (que conmemoramos).
Las fiestas de la bienaventurada Virgen María,
unida con vinculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo,
destacan en calendario de Adviento.
En el último mes del año civil subrayamos dos jornadas:
el 8 y el 18 de diciembre
(La Inmaculada / Virgen de la esperanza).
Ambas nos ayudan a vivir la espiritualidad de este tiempo,
al que nos introducía la fiesta del 21 de noviembre
(Presentación de la Madre de Dios en el Templo).
Dentro de las intervenciones de la asamblea “la respuesta que encontramos de modo incesante a lo largo de toda la celebración y que caracteriza a esta liturgia, es «Amén».
En las oraciones que recita o canta el sacerdote, el pueblo responde «Amén», al igual que a la conclusión doxológica que se añade después de cada oración.
También con un «Amén» se sella la conclusión de cada una de las lecturas de la liturgia de la palabra. «Amén» es la respuesta de la asamblea a las palabras sobre el pan, por un lado, y a las palabras sobre el vino, por otro.
«Amén» es el punto final de la plegaria eucarística.
A cada una de las peticiones del Padre nuestro que es recitado por el sacerdote, la asamblea se adhiere con un «Amén».
Finalmente, el buen deseo expresado en cada una de las tres invocaciones de la bendición, es acogido con un «Amén»” (Goñi, 19).
Esta respuesta, en la Comunión, se encuentra ya en la denominada Traditio Apostolica, en las Constituciones Apostólicas, en san Ambrosio, en las Catequesis de Jerusalén, en san Juan Crisóstomo, en Teodoro de Mopsuestia, etc. Particularmente interesante es el testimonio de Agustín (cf. MS II 956 n. 562) que tanta influencia tendrá en la liturgia de la España visigoda. El papa san León Magno, como algunos Padres anteriores, ve en la respuesta <Amen> una profesión de fe.
El tiempo de Adviento tiene una doble índole:
Las ferias del 17 al 24 de diciembre inclusive tienen la finalidad de preparar más directamente la Navidad (NUALC 39.42).
Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico.
Su celebración “tiene una peculiar fuerza y eficacia sacramental
para alimentar la vida cristiana” (S. Pablo VI).
Para tener presente esta idea en cada hogar merece la pena difundir la Corona de Adviento. En efecto, la colocación de unos cirios -sobre una corona de ramos verdes- es una catequesis y una celebración.
Sus luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cf. Mal 3,20; Lc 1,78).
El Doctor Hispaniae escudriñador de la Palabra
Recuerda el Concilio que “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia.
Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles” (DV 21).
Y continúa diciendo que la vida cristiana “se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella”.
“Los ejemplos de los santos,
que edifican al ser humano,
hacen que las distintas virtudes revistan un carácter sagrado:
… la obediencia, por Abraham;
la paciencia, por Isaac;
el sufrimiento, por Jacob;
la misericordia, por David;
la templanza, por Daniel;
y así, en las restantes virtudes de los justos
que nos precedieron,
uno considera, al imitarlas, el esfuerzo,
la moderación, la rectitud y el espíritu de penitencia
con que se practicaron.”
S. Isidoro de Sevilla, Sentencias II, 11,12.