Él es Alfa y Omega,
suyo es el tiempo y la eternidad:
en él vivimos, nos movemos y existimos.
Nuestra vida es una posibilidad
para la Vida eterna.
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Para pensar…
Él es Alfa y Omega,
suyo es el tiempo y la eternidad:
en él vivimos, nos movemos y existimos.
Nuestra vida es una posibilidad
para la Vida eterna.
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Para pensar…
«Revela tu pasión, divúlgala y descansa;
mostrar puedes tu amor, que falta no cometes,
más has de ser paciente al recibir reproches de aquellos que te envidien, pues es la mejor arma que tiene el censurado, el deponer las armas».
Buh bi-l-Garámi, al-Harráq.
A través de las asociaciones (cofradías, comunidades) y no podía ser de otra manera, es como nos llega hoy viva la tradición heredada de las ceremonias y liturgias. Las cofradías se han mantenido vivas ramificándose con el impulso humano de los maestros espirituales de cada momento histórico. La cofradía denomina a su vez el santuario o lugar para las reuniones, los rezos y los cantos.
Todo hombre tiene añoranza de la experiencia mística. Y es que todos hemos tenido en la vida algunos momentos en que hemos sido agraciados por alguna forma de “éxtasis”. La vida estética, amorosa o religiosa ha tenido un instante irrepetible en el que hemos experimentado “salir fuera de nosotros mismos” y ser corrientes subterráneas desconocidas de ósmosis clandestinas donde las fronteras sociológicas confesionales se desdibujan.
Y es que sirviendo de “humus nutricio” de la religión estaban los santos, los sabios y los místicos, entre los cuáles no existía la “guerra” sino que vivían “en espíritu y en verdad” una paz fecundísima. Averroes, Maimónides, Ibn Arabí, Tomás de Aquino, Ramón Lull…
Las “comunidades espirituales” fueron un fenómeno común a las religiones. Los “maestros de espíritu”, santos, poetas y místicos eran reconocidos por el pueblo de fe sencilla. No hemos sido siempre sectarios y fanáticos.
Para ellas la metáfora del “amor nupcial” era la mejor expresión del amor divino y la fuente de inspiración para la experiencia mística. Los santos de la estirpe de Abraham vivían su misticismo no perdidos en las nebulosas y horizontes oceánicos, sino viviendo el éxtasis en el abrazo “erótico” del Amado y la amada.
En vez de una “fusión evanescente” era un amor concreto, con metáfora carnal, donde el vino y el “mosto de granadas” se escanciaba en la fiesta del amor.
En grupos, monasterios y cofradías de la España cristiana y musulmana se recitaban oraciones, himnos y poemas que se vivía como música comunitaria, y que invitaba a la vivencia mística.
Es la “devoción popular de hondura afectiva y entrañable” como expresión del amor divino. Es posible el “éxtasis” comunitario, cuando en espíritu de adoración sencilla los hombres se inclinan ante la majestad cercada de Dios. La “Samá”(sesión de cantos y oraciones en la cofradía) andalusí, la “saeta” andaluza en las procesiones y la liturgia antigua nos muestran este tesoro. Debemos conservarlo y contemplarlo como un valor universal irrepetible.
Últimamente, y después de visitar en enero los casi inexistentes restos del palacio de verano de Constantino en Nicea, lo que más me gusta de este centenario es recordar el tortazo o puñetazo de Nicolás a Arrio mientras Osio miraba. Es como una colleja bien dada. Una colleja trinitaria, es decir, Jesucrística.