1. Nunca creer que somos los primeros que han leído la Santa Escritura.
Muchos, muchísimos, a través de los siglos,
la han leído, meditado, vivido, transmitido.
Los mejores intérpretes de la Biblia son los santos.
2. La Escritura es el libro de la comunidad eclesial.
Nuestra lectura, aunque sea a solas, jamás podrá ser en solitario.
Para leerla con provecho, hay que insertarse
en la gran corriente eclesial
que conduce y guía el Espíritu Santo.
3. La Biblia es «Alguien». Por eso se lee y celebra a la vez.
La mejor lectura de la Biblia es la que se hace en la Liturgia.
4. El centro de la Santa Escritura es Cristo.
Por eso, todo debe leerse bajo la mirada de Cristo y cumplido en Cristo.
Cristo es la clave interpretativa de la Santa Escritura.
5. Nunca olvidar que en la Biblia encontramos hechos y dichos.
Las obras y palabras van íntimamente unidas unas con otras;
las palabras anuncian e iluminan los hechos,
y los hechos realizan y confirman las palabras.
6. Una manera práctica y provechosa de leer la Escritura
es comenzar con el Evangelio de Marcos,
seguir con los Hechos y las Cartas
e ir entreverando con el rezo de salmos.
Además, es muy oportuno seguir el esquema
de la liturgia de la Iglesia
en sus ciclos de proclamación
tanto en la Misa como en el Oficio de Lecturas.
7. La Biblia se conquista como la ciudad de Jericó:
dándole vueltas.
Por eso, es bueno leer los lugares paralelos.
Es un método entretenido, pero muy provechoso.
Un texto esclarece otro, según aquello de San Agustín:
«El Antiguo Testamento queda patente en el Nuevo
y el Nuevo está latente en el Antiguo».
8. La Biblia debe leerse y meditarse
con el mismo Espíritu con que fue escrita.
El Espíritu Santo es su autor principal
y es su principal intérprete.
Hay que invocarlo siempre antes de comenzar a leerla
y, al final, dar gracias.
9. Nunca debe utilizarse la Sagrada Escritura
para criticar y condenar a los demás.
10. Todo texto bíblico
tiene un contexto histórico donde se originó
y un contexto literario donde se escribió.
Un texto bíblico, fuera de su contexto histórico y literario,
es un pretexto para manipular la Palabra de Dios.
Esto es tomar el nombre de Dios en vano.
Leemos la Palabra en la comunión de la Iglesia.