
“La diversidad de usos litúrgicos y musicales era una de las máximas dificultades que encontró la Restauración carolingia para establecer una soñada unidad del imperio sobre la base de la herencia constantiniana. Así, los clérigos carolingios, entre los que no faltaría un insigne monje español, Benito Aniano, se preocuparon de encontrar la fórmula que propiciase la práctica unitaria en la liturgia. Con una actividad febril se dedicaron a copiar manuscritos con los repertorios que debían usarse en todo el imperio. Estos repertorios se construyeron sobre la base de lo que se hacía en la Iglesia de Roma y en las propias Galias.
Con notable astucia, su reconstrucción fue atribuida a uno de los santos Papas antiguos más influyentes en la alta Edad Media, San Gregorio Magno. Así, la nueva liturgia y el nuevo canto de las iglesias sometidas al Imperio era el gregoriano…
Durante el siglo IX, el canto que se canta en la liturgia de las Iglesias de influencia carolingia es el gregoriano…
En la Galias, Germania e Inglaterra se produce rápidamente la implantación de la nueva música sin dificultad. También en Roma y en Italia Central, salvo reductos contados, se acepta la nueva práctica. Pero aquellas Iglesias latinas más alejadas del área de influencia carolingia y más fuertemente apegadas a su vieja tradición, como las del sur de Italia, Milán y la Península Ibérica, se resistieron con firmeza ante el que ellos consideraban injustificado atropello.
La difusión del canto gregoriano en toda Europa se llevó a cabo fundamentalmente mediante la copia y rápida circulación de nuevos códices (a partir del siglo IX…) y la repoblación de iglesias y monasterios por clérigos carolingios, primero, y luego por los monjes cluniacenses”.
(Ismael Fdez. de la Cuesta)
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AUDICIÓN:
Canto gregoriano y liturgias cristianas:

Misa Mozárabe en el trascoro de la Catedral (Toledo, 1911)
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Ya el año pasado, desde en Nuevo Mundo y en plena pandemia, el padre David Jaspers nos ofrecía una preciosa meditación sobre los santos Apóstoles Pedro y Pablo. El padre, que muestra un gran dominio de nuestra lengua, conoció la espiritualidad hispana en Madrid siendo solo un seminarista. Volvemos a ofrecer este precioso texto que muestra como en Estados Unidos rezan hoy con los textos de nuestra antigua liturgia hispano-visigótica y mozárabe:
«Las oraciones de la santa misa son un tesoro de teología y devoción. Son ricas y contienen joyas que nos esperan. Cuando estamos de rodillas ante el altar del Señor, mientras el sacerdote pide que Dios actúe y ofrece nuestro sacrificio, nuestra Madre la Iglesia nos enseña, nos dirige a lo profundo de nuestra fe, nos prepara para la gracia esperándonos en la Santa Eucaristía, nos enseña como orar. En breve, es decir que podemos orar y meditar con las oraciones de la Santa Misa. De hecho, no sirve meditarlas fuera de la santa misa, también.
Hoy, tomemos un poco de tiempo con la última frase del Post Pridie de los Santos Pedro y Pablo:
Dígnate enriquecer [,Señor, nuestro sacrificio]
con tu santa e inapelable gracia,
de modo que,
recibido en el interior de quienes comulgarán,
le obtenga la expiación de los pecados,
asegure la incolumidad del cuerpo y del espíritu
y sea guardia y protección en esta peligrosa vida.
Con las palabras de la primera petición «Dígnate enriquecer [,Señor, nuestro sacrificio] con tu santa e inapelable gracia», recordamos la pobreza de nuestro sacrificio: pan ázimo y un poco de vino, poco mejor que los de Caín, pero con la santa e inapelable gracia del Señor será mejor que los de Abel: lleno del Espíritu Santo será el Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad del Señor que se ofreció con amor filial al Padre.
Durante los días de la pandemia, cuando no pudimos comulgar fácilmente, los obispos nos han invitados a comulgar espiritualmente con la misa virtual. Es una costumbre muy antigua (comunión espiritual, no la misa virtual). El concilio de Trento nos recuerda que todos deberemos comulgar ambos espiritualmente y sacramentalmente. Hay personas que comulgan sacramentalmente, pero, tristemente, no espiritualmente. Otras, no pueden comulgar sacramentalmente, pero sí pueden comulgar espiritualmente. La segunda frase de nuestra oración nos recuerda de la importancia y realidad de que hay de comulgar interiormente no solamente sacramentalmente: [el sacrificio] recibido en el interior de quienes comulgarán.
Finalmente, hay tres peticiones que nos enseñan de que nos sirve comulgar; es espiritualidad y teología a la vez:
le obtenga la expiación de los pecados,
asegure la incolumidad del cuerpo y del espíritu
y sea guardia y protección en esta peligrosa vida.
Es teología en cuanto esta oración nos recuerda de la doctrina de nuestra fe que al comulgar dignamente obtenga la expiación de los pecados. El perdón de los pecados no es solamente una gracia del Sacramento de Reconciliación. La Eucaristía, fuente y culmen de nuestra fe, es el memorial de la cruz, locus de perdón. Participación en la Eucaristía es participación en el perdón de la cruz.
En cuanto de espiritualidad, de rodillas imploramos el perdón de nuestros pecados, y los del mundo entero. Es la oración de misericordia revelada a la Santa Ma Faustina: “Padre Eterno, te ofrecemos el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor, Jesucristo, en propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero. Por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.” La Eucaristía es la Pasión donde el Señor se hizo pecado (2Cor 5:21) para librarnos de los nuestros.
La segunda petición, asegure la incolumidad del cuerpo y del espíritu, nos recuerda de la antropología católica de que cada ser humano es indivisiblemente cuerpo y alma. Un espíritu sin cuerpo: lo llamamos un fantasma; cuerpo sin alma: lo llamamos un muerto o en las películas un zombi. Pero para nosotros, con esta unidad, hay peligros físicos y peligros espirituales.
Es interesante que esta oración pida que la Eucaristía, algo tan espiritual, nos aguarda seguros de cuerpo. Pero tenemos tradición de esto; hay misas para tiempos de sequía, plaga, guerra, y toda necesidad. Durante la plaga negra en Milano, San Carlos Borromeo cerró los templos, pero mandó que sus sacerdotes celebraran la santa misa en las esquinas para que la gente la vieran desde sus ventanas y participaran con una comunión espiritual. El Señor nos ha ensañado orar por nuestro pan de cada día, multiplicó los panes y pescados, y curó a los leprosos, cojos, y más. Preocupaba por el bienestar físico del ser humano. Es por sus llagas que estamos sanados.
Pero también nos ha enseñado, por medio de San Pablo: no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. El Señor nos predicó que no tememos lo que puede matar el cuerpo, pero no el alma sino el que puede matar el cuerpo y el alma (Mateo 10:28). En la oración perfecta pedimos, “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.” El asunto de la tentación nos retorna a la unidad del cuerpo y espíritu, en cuanto que la tentación es algo espiritual y corporal a la vez. La palabra de Dios dice que la tentación viene del mundo, la carne, y el diablo, es decir por afuera y por adentro. Es corporal y espiritual. Cuando caemos en la tentación afecta al alma, pero se realice por medio de un acto del cuerpo.
La última petición, y sea guardia y protección en esta peligrosa vida, es un poco repetición de la segunda, pero tiene un carácter más relacional. La Eucaristía es nuestra guardia y protección; es nuestro viaticum, es decir comida para el camino. Cuando el sacerdote comulga en el rito romano dice, “El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.” (Corpus Christi custodiat me in vitam eternam). Hay ecos de la Carta de los Efesios, “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (6:14-17).
Hay muchas conexiones más. Pero espero que te sirva para ver las posibilidades. Cuando tú meditas con las oraciones eucarísticas, empieza con una oración al Espíritu Santo. Recuerda que has recibido el mismo Espíritu que ha guiado los autores de la Santa Biblia y la formación de la Santa Misa; pide que te guíe ahora en tu meditación».



