Bendice, Señor, a los que tienen comprensión
de mis pasos vacilantes y mis manos temblorosas.
Bendice a los que saben que hoy mis oídos
van a sufrir para entender a otros.
Bendice los que apartan los ojos, como si no vieran,
cuando se me cae el café del desayuno.
Bendice a los que nunca me dicen:
es la segunda vez que cuentas lo mismo.
Bendice a los que tienen el don de hacerme evocar
los días felices de otros tiempos.
Bendice a los que hacen de mí un ser amado,
respetado y no abandonado.
Bendice a los que adivinan que no sé ya
cómo encontrar fuerzas para llevar mi cruz.
Bendice a los que endulzan con su amor
los días que me quedan de vida,
en este viaje hacia la casa del Padre.
Esther M Walker




