Estas son, Señor,
las auténticas ofrendas del nuevo Testamento,
por las que, reconciliando contigo
al género humano,
se han borrado los crímenes de todo el mundo.
Este doble don obtenido de ti,
que te ofreció Melquisedec,
aquel sacerdote tipo, como a Señor del cielo,
como un pronóstico de lo que nosotros
debíamos ofrecerte en la realidad.
El Espíritu Santo,
que procede de ti y del Padre,
santifique, te ruego,
estos sacrificios que te ofrecemos,
y los haga plenamente conformes
con tu Cuerpo y Sangre,
para que estos tres elementos,
cuerpo, sangre y agua […]
expulsen al momento
las enfermedades de quienes los reciban
y nos apliquen la salud que nunca se acaba.
R/. Amén.