Crecer en medio de la realidad
Imposible atravesar la vida
sin que un trabajo salga mal hecho,
sin que una amistad cause decepción,
sin padecer algún quebranto de salud,
sin que un amor nos abandone,
sin que nadie de la familia fallezca,
sin equivocarse en un negocio.
Uno crece cuando no hay vacío de esperanza,
ni debilitamiento de voluntad,
ni pérdida de Fe.
Uno crece cuando acepta la realidad y
tiene aplomo para vivirla,
cuando acepta su destino,
pero tiene la voluntad de trabajar para cambiarlo.
Uno crece asimilando lo que deja por detrás,
construyendo lo que tiene por delante y
proyectando lo que puede ser el porvenir.
Crece cuando se supera, se valora y sabe dar frutos.
Crece cuando se abre camino dejando huellas,
asimilando experiencias
¡ Y sembrando raíces!
Uno crece cuando se impone metas,
sin importarle comentarios negativos ni prejuicios.
Cuando da ejemplos sin importarle burlas,
ni desdenes, cuando cumple con su labor.
Uno crece cuando se es fuerte por carácter,
sostenido por formación,
sensible por temperamento
¡ Y humano por nacimiento!
Uno crece cuando enfrenta el invierno,
aunque pierda las hojas.
Recoge flores aunque tenga espinas y
marca camino aunque se levante el polvo.
Uno crece cuando se es capaz de afianzarse
con residuos de ilusiones,
capaz de perfumarse, con residuos de flores…
Uno crece ayudando a sus semejantes,
conociéndose a sí mismo y
dándole a la vida más de lo que se recibe.
Uno crece cuando se planta para no retroceder…
Cuando se defiende como águila para no dejar de volar…
Cuando se clava como ancla y se ilumina como estrella.
Entonces… uno crece.
Y crece cuando cree, espera y confía en su Creador:
El Padre de Jesucristo que nos concede su Espíritu para la vida eterna.
AMÉN. Que el Señor nos dé la gracia de vivir así, de crecer en sabiduría y dejar su huella por el mundo.
Señor, ayúdame a ser como ese godo.
Necesitamos tener una sensibilidad exquisita en nuestro encuentro con Cristo.
En la unidad de vida, que debemos mantener en todos los ámbitos.
El cristiano debe saber que, es cristiano, e ir contracorriente.
Para afrontar la vida desde la bandera del Señor, del Amor; puede, incluso, hasta ser incómodo, el vivir coherentemente, y con valentía.
No pidamos misericordia para nosotros. Pidamos, más bien, el ser misericordiosos, con aquellos que, son las espinas, las piedras, que nos mortifícan, que nos obligan a estar haciendo un ejercicio constante de petición, de súplica de paciencia. De aceptación de los defectos de los demás,
que nos abren esa grieta, de ira, de cólera, por la que, involuntariamente, dejamos que el enemigo se cuele, y nos deje sin energía.
En esta tierra reseca que somos, la formación es la que nos induce al compromiso.
No optemos por la indolencia, por el abandono del saber, del conocimiento…
Esa inclinación natural, egoísta, humana: «no me formo, y, así, ojos que no ven,
corazón que no siente», nos priva de acercarnos a eso que, cada mañana,
le pedimos al Señor:
«AYUDAME A SER, COMO TÚ QUIERES QUE SEA»