En Gottingen hay la única salina aún existente en Europa donde todavía se produce sal como hace ciento cincuenta años. Y esto diariamente, pues la salina Luisenhall es no sólo un monumento industrial sino también una empresa industrial que funciona regularmente. La sal es sacada a la luz del día de Göttingen desde 450 metros de profundidad como agua salada concentrada. Una vez que ha llegado arriba, el agua salada es calentada en gigantescos recipientes poco profundos hasta que la sal cristaliza y puede retirarse. Este procedimiento data aproximadamente de hace mil años.
La sal es hasta el día de hoy algo especial y valioso
y no ha perdido nada de su fuerza simbólica.
Por tanto, no es extraño que también en la Biblia
se hable a menudo de la sal.
Ella pregunta p.e. ¿Qué da a mi vida el sabor correcto?
¿Encuentro gusto en la vida? Y ¿cómo puedo contribuir
a qué también otros hallen gusto en la vida?
Nosotros conocemos las palabras de Jesús:
“La sal es buena; mas si la sal se vuelve insípida ¿con qué sazonaréis?
¡Tened sal en vosotros y mantened la paz unos con otros!” (Mc 9,50)
“Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa,
¿con qué se la salará?
Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera
y pisoteada por las gentes.” (Mt 5,13)
Bettina von Arnim, una representante del romanticismo alemán opina:
“Todo ser humano debía ser curioso de sí mismo e
impulsar sus días como la sal que procede de la profundidad de la tierra.”
Pero, el Sermón de la Montaña, el programa fundamental del cristianismo,
desarrolla certeramente lo que tiene importancia
en el discurso bíblico de la “sal de la tierra”.
Que todos nosotros debemos ser “sal” no significa nada diferente a:
ser misericordiosos, ser mansos, ser de corazón puro, ser pacíficos,
ser pobres, buscar la paz y la justicia.
¿Puede la sal llegar a ser insípida, perder la fuerza de salar?
Solamente desde la condición física no.
Pero ¿qué significa entonces que Jesús diga que la sal
puede llegar a ser insípida y sin gusto?
Todo lo que nos ha dado Dios es un regalo.
Nuestra fe, que nos otorga fuerza y energía,
también podemos descuidarla.
Por tanto, se trata de cuidar y continuar desarrollando la fe.