Cincuenta años de un abrazo entre hermanos

STONE5(Sebastià Janeras-CR) Hace cincuenta años, el 5 de enero, tuvo lugar el encuentro y abrazo, en Jerusalén, entre el papa Pablo VI y el patriarca de Constantinopla  Atenágoras I. Un encuentro después de siglos de separación.

La última vez que un papa y un patriarca de Constantinopla se habían encontrado fue durante el concilio de Florencia, en 1439. Eran el papa Eugenio IV y el patriarca de Constantinopla José II. […] Desde entonces, y sobre todo después de hecho que sucedió poco después del concilio, la caída de Constantinopla en manos de los otomanos en 1543, no hubo ningún otro contacto personal entre el obispo de Roma y el patriarca de Constantinopla. El gesto, pues, de Pablo VI y de Atenágoras representa un acontecimiento de una importancia capital.

Durante 1963 hubo algunos contactos entre Roma y Constantinopla. En diciembre, Pablo VI anunció que pensaba peregrinar a Tierra Santa (¡sería el primer viaje de un papa en el extranjero!). El patriarca Atenágoras, refiriéndose a esto, decía que sería un acto de la Providencia si las cabezas de las Iglesias se podían encontrar en Jerusalén para orar juntos en los Lugares Santos.

Efectivamente, el 5 de enero de 1964 el patriarca Atenágoras visitaba el Papa Pablo VI en la sede de la delegación pontificia en Jerusalén y se fundían en un abrazo de hermandad, y al día siguiente, día de la Epifanía, Pablo VI visitaba Atenágoras a la sede del patriarcado ortodoxo de Jerusalén. Un encuentro así, como recordó el Papa, ya había estado en la mente del papa Juan XXIII.

Como continuación y fruto de ese abrazo, Roma y Constantinopla hacían simultáneamente, el 7 de diciembre de 1965, el gesto simbólico de levantar las excomuniones que mutuamente se habían lanzado en 1054 el legado pontificio Humbert de Silva Cándida (en nombre del papa León IX, ya fallecido) y el patriarca Miguel Cerulario, excomuniones que constituyeron el mal llamado «Cisma de Oriente» o, mejor, «Cisma entre Oriente y Occidente».

Tras el encuentro en Jerusalén, ya es habitual que el patriarca de Constantinopla u otros patriarcas ortodoxos visiten el papa en Roma, o que el Papa visite personalmente alguna de estas sedes patriarcales. Esto es posible gracias al gesto de Pablo VI y Atenágoras en 1964.

Pero, a pesar de la importancia de estos intercambios, no son lo mismo ni tienen la plenitud de significación del abrazo en Jerusalén. Entonces se trató del encuentro de dos Iglesias hermanas en el seno de la Iglesia madre, la única madre de todas las Iglesias, que es Jerusalén, como se ruega en la antigua anáfora de Santiago. También el Papa recordaba que Cristo elevado en la Cruz, en Jerusalén, atrae a todos hacia él (Jn 12,32).

Después de aquel acontecimiento, y teniendo presente el espíritu de aquel encuentro y de aquel abrazo, las Iglesias hermanas pueden visitarse las unas a las otras y establecer lazos que las acerquen a la comunión plena. Para consolidar este camino ecuménico, en 2014 está previsto que el papa Francisco visite Tierra Santa durante el mes de mayo, como han hecho los otros sucesores de Pablo VI.

Cf. http://catalunyareligio.cat/es/articles/51325

De la Declaración del Papa de Roma y del Patriarca de Constantinopla

(enero 1964)

cruz partLlenos de agradecimiento hacia Dios por la gracia que, en su misericordia les otorgó de encontrarse fraternalmente en los sagrados lugares en los que, por la muerte y la resurrección de Cristo, se consumó el misterio de nuestra salvación y por la efusión del Espíritu Santo, nació la Iglesia, el Papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras I, no han olvidado el proyecto que cada uno por su parte concibió en aquella ocasión de no omitir en adelante gesto alguno de los que inspira la caridad y que sean capaces de facilitar el desarrollo de las relaciones fraternales entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa de Constantinopla, inauguradas en esa ocasión.

… declaran de común acuerdo:

    a) Lamentar las palabras ofensivas, los reproches infundados y los gestos condenables que de una y otra parte caracterizaron a acompañaron los tristes acontecimientos de aquella época [Cisma entre Oriente y Occidente, 1054].

    b) Lamentar igualmente y borrar de la memoria y de la Iglesia las sentencias de excomunión que les siguieron y cuyo recuerdo actúa hasta nuestros días como un obstáculo al acercamiento en la caridad relegándolas al olvido.

    c) Deplorar, finalmente, los lamentables precedentes y los acontecimientos ulteriores que, bajo la influencia de diferentes factores, entre los cuales han contado la incomprensión y la desconfianza mutua, llevaron finalmente a la ruptura efectiva de la comunión eclesiástica.

Sin embargo, al realizar este gesto, esperan sea grato a Dios, pronto a perdonarnos cuando nos perdonamos los unos a los otros y esperan igualmente que sea apreciado por todo el mundo cristiano, pero sobre todo por el conjunto de la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa, como la expresión de una sincera voluntad común de reconciliación y como una invitación a proseguir con espíritu de confianza, de estima y de caridad mutuas, el diálogo que no lleve con la ayuda de dios a vivir de nuevo para el mayor bien de las almas y el advenimiento del Reino de Dios, en la plena comunión de fe, de concordia fraterna y de vida sacramental que existió entre ellas a lo largo del primer milenio de la vida de la Iglesia.

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