«La respuesta que encontramos de modo incesante a lo largo de toda la celebración y que caracteriza a esta liturgia, es «Amén».
En las oraciones que recita o canta el sacerdote, el pueblo responde «Amén», al igual que a la conclusión doxológica que se añade después de cada oración.
También con un «Amén» se sella la conclusión de cada una de las lecturas de la liturgia de la palabra. «Amén» es la respuesta de la asamblea a las palabras sobre el Pan, por un lado, y a las palabras sobre el Vino, por otro. «Amén» es el punto final de la plegaria eucarística.
A cada una de las peticiones del Padre nuestro que es recitado por el sacerdote, la asamblea se adhiere con un «Amén».
Finalmente, el buen deseo expresado en cada una de las tres invocaciones de la bendición, es acogido con un «Amén»»
(J. A. Goñi Beásoain de Paulorena).
Los Padres de Occidente Ambrosio y Agustín trataron el tema del Amén al recibir el sacramento de la Eucaristía. San Isidoro, citando a san Agustín, afirma In Genesin VI, 7:
Sacramento accepto, ab omnibus gentibus respondetur, Amen
“Al recibir el Sacramento todos responden. Amén”.
El hispalense da fe de la costumbre de recibir la Comunión con un Amén:
lo se hacía en toda la Iglesia también se seguía en la España visigoda.
Es una rúbrica para la Comunión que habría que añadir al Misal Hispano-Mozárabe.