De una homilía del Rvdmo P Braulio Rdguez Plaza
Arzobispo de Toledo, Primado de España
Superior del Rito Hispano-Mozárabe
Me sitúo ahora en el contexto del antiguo rito del Lucernario,
como si estuviéramos por un instante en la liturgia hispano-mozárabe de la tarde,
que se inicia precisamente con el rito llamado Oblatio luminis,
y que consiste simplemente en un gesto ritual del diácono, al inicio de la celebración.
Se saluda así a la luz, que ya muere,
por medio de unos himnos cuyo contenido gira en torno a Cristo-luz y la poesía del crepúsculo.
Una vez encendida la llama de un cirio,
el mismo diácono la eleva ante el altar en actitud de ofrecimiento,
y pronuncia la aclamación In nomine Domini nostri Iesu Christi, lumen cum pace!,
a lo que la asamblea respondía Deo gratias.
Ante ese cirio que arde, cercana ya la conmemoración de su primera Navidad,
quiero orar al Señor, recordando aquellas palabras de Jesús:
¡qué dichosos son aquellos siervos, a quienes el amo a su llegada encuentra velando!
¡Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño de mi desidia, a mí que, aún siendo débil y pecador, soy su siervo!
¡Quiera Él inflamarme en el deseo de su amor inconmensurable y encenderme con el fuego de su caridad divina!
¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar en el templo de mi Señor
e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios!:
Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios,
un amor que nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca,
y sus llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante;
que mis hermanos, fieles de esta Iglesia, vean en mí tu luz, no la mía, que nada brillaría sin Ti.
Señor Jesucristo, dulcísimo Salvador nuestro,
dígnate encender en Ti mismo nuestras lámparas para que brillen sin cesar en tu templo y de Ti,
que eres la luz perenne, reciban ellas la luz indeficiente con la cual se ilumine nuestra oscuridad
y se alejen de nosotros las tinieblas del mundo.
“Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu esplendor que,
a la luz de una claridad tan intensa,
pueda contemplar el santo de los santos que está en el interior de aquel gran templo,
en el cual tú, Pontífice eterno de los bienes eternos, has penetrado;
que allí, Señor, te contemple continuamente y pueda así desearte, amarte y quererte solamente a ti,
para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre luciente y ardiente”
(San Columbano, Instrucción 12,Sobre la compunción, 2-3; Opera, Dublín 1957, pp.112-114).
Te pido, Salvador amantísimo, que te manifiestes de nuevo a nosotros en esta hora compleja pero apasionante.
Yo, con todos mis hermanos, llamamos a tu puerta, para que,
conociéndote, te amemos sólo a ti, y únicamente a ti,
y desde tu Corazón amar a cuantos necesitan tu amor, tus hermanos más humildes y necesitados;
que seas Tú mi único deseo, y que con intensidad medite sólo en Ti, y en Ti únicamente piense.
Así podré enseñar esto mismo a los que Tú me has dado para su cuidado:
que el amor a Ti debe invadir todo nuestro interior,
hasta el punto que inunde todos nuestros sentimientos que nada podamos ya amar fuera ti, el único eterno.
Es nuestro amor, que nace de tu Corazón, el que no se debe apagar.
Lo necesita nuestro mundo, para cubrir tantas injusticias, tantos egoísmos,
tantos atentados al bien común y a los más empobrecidos de la tierra.





