El origen apostólico del Domingo


El grupo de los Apóstoles (Miniatura del Beato de Gerona, 975 c.)

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Por una tradición apostólica que se remonta al mismo día de la Resurrección de Cristo,
el primer día de la semana, llamado día del Señor o domingo,
la Iglesia celebra el Misterio Pascual.
Por eso el domingo debe considerarse como el día de fiesta primordial.
Dada la importancia del domingo, sólo tienen prioridad, sobre él,
la celebración de las solemnidades y las fiestas del Señor.
Pero los domingos de Adviento, de Cuaresma y Pascua
tienen prioridad sobre todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades.
(NUALC 4s).


El árbol de la Vida en un manuscrito mozárabe.
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Salmo 17 para rezar este domingo:
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.


Imposición de medallas de «Gothia» en Toledo

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Halloween: el origen. ¿Hay algo para festejar?

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La primera lectura (Prophetia) se proclama como anticipación
de la Buena Nueva que está relacionada con ella.
Desde antiguo se lee en la Iglesia el Antiguo Testamento
o los Escritos sagrados de la primera alianza
porque en ellos descubrimos anunciado a Jesucristo.
Hoy escuchamos:
<Habló Moisés al pueblo y le dijo: A fin de que temas al Señor, tu Dios,
tú, tus hijos y tus nietos, observando todos sus mandatos y preceptos,
que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días.
Escucha, pues, Israel, y esmérate en practicarlos,
a fin de que te vaya bien y te multipliques,
como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo.
Amarás, pues, al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón>.
Deuteronomio 6, 2-6


Zócalo de cerámica mudéjar en el antiguo parador de san Antonio de la calle Alcalá.

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Salmo 144 de este domingo:
Salmo responsorial- Domingo XXXI T. Ordinario -ciclo C

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Corolario a la presentación del libro “Mozárabes en la España medieval” (2022): un manual asequible

Reverendísimo Padre, hermanos presbíteros y diáconos, señoras y señores: se nos ha presentado un libro interesante. La primera palabra –ya acabando el acto- es gracias a los autores y a todos los presentes. La segunda admiración ante esta obra que hace de un tema complejo algo asequible. Sobre la mozarabía se ha estudiado y publicado mucho desde el s. XIX. El tema ha ido creciendo en interés, como demuestran las diversas monografías. Ahora, sin embargo, tenemos una publicación accesible para el gran público que, sin ahorrar en profundidad, gana en divulgación. Basta mirar el índice de autores y hojear sus páginas para comprobar la aserción. Los que han intervenido en la mesa, comenzando por S.G. el Arzobispo emérito de Toledo y, como tal, durante años Superior Responsable del Rito hispano-mozárabe, han coincidido en ponderar el valor de una obra que hay que difundir:<Mozárabes en la Edad Media de España>.

  1. Un tema controvertido

Los estudios sobre los mozárabes se inscriben en un arco muy plural: desde la negación del mismo fenómeno hasta concebir a este grupo como la expresión más genuina de la identidad nacional, pasando por los que afirman que fue una manifestación coyuntural. No nos vamos a mover en esos parámetros. Huyendo de los tópicos vamos a reflexionar someramente en lo que nos afecta a nosotros.

  1. Los cristianos de inicios del Tercer Milenio

¿Por qué es importante la presentación de este libro para los que vivimos en el s. XXI?

He preguntado a jóvenes españoles de 25 años sobre el tema. El desconocimiento es absoluto. Hemos pasado de estudiar de memoria la lista de los reyes godos a desconocer qué sucedió durante un milenio –la Edad Media- en el viejo solar ibérico. Y es que no se trata solo de cultura, que ya es importante, sino de recordar –como hacen dos miembros de Gothia, los padres Diego y Gaspar- una dimensión profunda del ser humano: el culto o dimensión religiosa. Ambas palabras, culto y cultura, proceden del latín colere, que significa cultivar.

Culto, en sentido cristiano, se expresa bien con unas moniciones que se encuentran en la misa de la tradición gotho-hispana: levantar el corazón y abrir los oídos a las palabras del Señor. Ambos son constitutivos de nuestro ser personas.

  1. España vertebrada

Es interesante notar que, durante siglos, una nota distintiva entre los cristianos del norte y los cristianos del sur fue el culto hispano y este, distinto a la expresión cultual del resto de Europa. Es decir, en la franja norteña de Oviedo y Galicia, luego León, Castilla, Navarra, Aragón, los condados catalanes de la Marca Hispánica y el reino de Portugal después, y para los mozárabes de al-Ándalus, la liturgia hispana heredada del añorado reino visigodo fue el nexo de unión. Y eso, desde el inicio (J. Marías).

Un culto que ha creado una cultura y que ha vertebrado una sociedad dividida por fronteras.

Basta recordar que el programa del reino de Asturias fue que tanto en palacio como en la iglesia todo se realizase como se había hecho en Toledo. La “diversidad hispánica”, reconocida cultural y cultualmente en el IV concilio de Toledo, marcaría siglos de la historia de nuestra patria. Una historia que hay que conocer y difundir. A ello puede contribuir ampliamente esta obra que ahora presentamos.

  1. Recogiendo perlas o “a manera de ejemplos”

La Pascua es la celebración central para todos los cristianos, pero tanto en los reinos del Norte como en las comunidades mozárabes de al-Ándalus se daba un acento peculiar a la Cruz gloriosa durante la Cincuentena pascual, lo que se plasmó en la fiesta del 3 de mayo.

La Navidad del Señor era vivida, como hoy, en un clima de alegría desbordante, participada incluso por muchos vecinos musulmanes, pero tanto en el Norte como en el Sur peninsular era solemnemente preparada –desde el siglo VII- por una octava desconocida en Roma, Francia o las islas de los Ritos célticos, que iniciaba con la fiesta solemne de Santa María, el 18 de diciembre, denominada posteriormente como “Virgen de la Esperanza” o “Ntra. Sra. de la O”.

Todos los cristianos, sin distinción de regiones, lenguas, nivel cultura o clase, ayunaban el 2 de enero (caput anni) tras acoger el nuevo año: nueve días después de la solemnidad del Nacimiento del Señor.

¡Cuánto podríamos decir de la fiesta de san Juan al inicio del verano! Una fiesta compartida con el calendario de todas las Iglesias (romana, ambrosiana y orientales), pero que en el viejo solar ibérico era precedida de un domingo dedicado a preparar la fiesta del Precursor.

Si el calendario unía a comunidades políticas diversas no lo hacía menos la misma Palabra divina contenida en la Biblia: tenemos copias por doquier de los 73 libros sagrados transcritos en letra visigótica en ambos lados de una frontera que iba cambiando al socaire de las vicisitudes y los tiempos.

Unos y otros, norteños y mozárabes, bendecían sus matrimonios formando familias, células básicas de la sociedad y, señalando una vez más la “diversidad hispánica”, lo hacían de manera diferente a como se hacía en el resto de Europa: los jóvenes presentaban no un anillo (solo la esposa) sino dos (varón y mujer), compartían trece monedas simbólicas (doce por el primer año de vida conyugal y la restante para los necesitados) y eran velados con un paño rojo y blanco que expresaba la gracia del Espíritu santificando la unión esponsal. En tiempos en que la mujer era considerada propiedad del varón, los cristianos -ya fueran catalanes o emeritenses, cartageneros o toledanos, granadinos o portugueses- oían la misma máxima que debía regir el nuevo estado de vida conyugal: “Compañera te doy, que no sierva; ámala como Cristo ama a su Iglesia”. Esta frase del culto hispano-visigótico creó una cultura y se hizo profética en una sociedad que se resistía a reconocer la misma dignidad de la mujer y del hombre.

  1. En la calle y en casa

El afán por manifestar social y externamente la vivencia de la fe cristiana ha sido, y todavía lo es, connatural entre nosotros. Hoy lo siguen mostrando las procesiones de Semana Santa, del Corpus o de la Virgen; entonces, las rogativas, el toque de las campanas para la oración, la dimensión pascual de los entierros, etc.

Pero esa fe se vivía en las casas, bendecidas desde el día del matrimonio, donde se conservaba el cuenco con el agua bendita para la evocación bautismal o el cuenco con sal bendecida como defensa contra el Enemigo, y el encendido de las lámparas o lucernarios a la caída de la tarde con la oración vespertina. Un lucernario que era solemne y diario en todas las iglesias de España y solo en ella (en el norte de Italia solo se hacía en las primeras vísperas del domingo y en Roma solo en la noche de Pascua). Asociarse para hacer el bien, para practicar las obras de misericordia asegurando la vida cotidiana de viudas, huérfanos, enfermos o pobres no ha sido algo específico del cristianismo hispano, pero sí una nota a subrayar. Recordemos que lo que hoy denominamos “voluntariado” se realiza ya entonces junto a monjes y monjas en hospitales de todo tipo.

  1. “El domingo a misa”

Lo más significativo y central del culto cristiano es la Eucaristía que nos dejó el Señor. En la Iglesia de la antigua Hispania, partiendo de un esquema fundamental, la misa o celebración de los misterios ha ido configurándose con características propias, aunque no idénticas, entre las diversas regiones ibéricas.

El mundo romano había aportado la lengua latina y su dimensión “occidental”; la presencia imperial bizantina desde el Levante de la Península dejó una impronta de solemnidad y aclamaciones en griego que hoy seguimos cantando: Agios o trisagio, el canto a Cristo como Kyrios, etc.

De la pluma de los grandes Padres visigodos, a cuya cabeza refulge Isidoro de Sevilla, hemos recibido un esquema septenario para orar con un sinfín de plegarias donde Cristo es celebrado en el seno de la Trinidad como Sacerdote que intercede por nosotros –una característica de la eucología hispana- y como Kyrios todopoderoso, en abierta confesión antiarriana: el Hijo de la Virgen -en expresión de san Ildefonso- a quien los cielos no pueden contener, ha sido concebido en el seno de una mujer. Esto se celebraba solemnemente, como ya se ha apuntado, ocho días después de la Navidad. Y fue lo que custodiaron los mozárabes; al igual que aquella monición bizantina en la mostración de los dones consagrados por la bendición del Paráclito: la expresión “Sancta sanctis” (las cosas santas para los santos). Dos palabras que expresan todo un programa de vida, a la vez que se ofrece un antídoto para vencer el pecado y caminar en una vida nueva.

Con sus acentos particulares -según las regiones- esta era la manera de realizar el culto tanto de las comunidades que iban recibiendo nuevos aires desde Europa –por el camino de Santiago- o de aquellas que huían ante almorávides y almohades y que edificaron San Miguel de Escalada, San Cebrián de Mazote o Wamba. Comunidades con lenguas romances diferentes o de expresión árabe que se reconocían en el latín de la liturgia y que compartían diversas melodías y cantos a la hora de alabar al Señor Jesucristo que ofrece luz y paz (lumen cum pace).

  1. Unidad versus uniformidad o la pertinaz resistencia de los mozárabes

Mucho ha perdurado de los antiguos hispanos. Es llamativo, sin embargo, que de este culto, que ha creado una cultura, se han conservado documentos escritos en el Norte (Antifonario de León, Libro ritual del obispo o del presbítero, obras copiadas en los monasterios de la Rioja, Silos, etc.), pero la liturgia hispana no sobrevivió a la influencia y política europeísta de Cluny. Esta joya litúrgica, de la que san Juan Pablo II dijo que es imprescindible conocer si se quiere comprender el auténtico genio del pueblo español, languideció en los reinos cristianos del Norte. La civilización europea medieval del imperio carolingio y del camino jacobeo (Christianitas) se forjó sin tener en cuenta que unidad no es siempre ni convenientemente sinónimo de uniformidad, que la necesaria unidad católica afecta a la fe y no a la expresión ritual, cuya diversidad atestigua la gran tradición de las Iglesias y reconoce el último Concilio ecuménico (cf. SC 4). Por no diferenciar unidad y uniformidad se impuso a fuego el Rito franco-romano.

Sería Toledo, la vieja Urbis regia, donde se concitaron, a partir del rey castellano-leonés Alfonso VI, los mozárabes que provenían de al-Ándalus. La constancia y tesón de estos béticos hicieron que los viejos códices fueran copiados y enriquecidos hasta, al menos, el s. XIII, en las parroquias mozárabes toledanas.

A esta brillante historia del Medievo seguirían el intento restaurador del obispo segoviano en Santa María de Aniago, la gran obra cisneriana del Cardenal de España, la pervivencia en la catedral de Salamanca y en la capilla de La Magdalena de Valladolid… iniciativas del Renacimiento que mantendrían el pábilo vacilante y que sobrepasan los límites de este libro cuya aparición celebramos.

  1. Confluencia astral en el s. XX

Siguiendo la estala de Toledo (capilla mozárabe en la catedral primada, congresos, Instituto de estudios visigótico-mozárabes, Comisión de revisión del Rito, parroquias…), Córdoba recogió el testigo en 1982: el obispo pide a la Santa Sede la restauración del Rito mozárabe en la antigua sede del santo obispo Osio. Fueron décadas, en medio de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, en las que se produjo una “confluencia astral”: por una parte, interés del obispo cordobés, estudiosos preparados en Roma en la órbita de los benedictinos Pinell y Gibert y un primado con gran sensibilidad espiritual, pastoral y litúrgica. Así, el cardenal Marcelo Glez. Martín inició una tarea que hoy continúa: celebraciones en la Ermita de san Isidro de Madrid, fundación de la Asociación hispano-mozárabe Gothia, Jornadas en Mérida, Congresos en Córdoba, Congregación del Rito hispano-mozárabe, etc.

Posteriormente no se han producido más “confluencias astrales” o no se han sabido aprovechar. Quizá nos ha faltado elevar los corazones más arriba o tener los oídos más atentos al Señor, pero han existido algunos que han arriesgado: sin el apoyo semanal del P. Rector José Aurelio Martín y de esta comunidad parroquial que nos acoge (la Concepción de Madrid) estaríamos solo elucubrando, haciendo reflexión nostálgica y arqueología. Sin embargo, aquí y cada semana celebramos la vida cristiana heredada de nuestros Padres hispanos, que nos enseñaron perseverancia y convicción. Las hemos aprendido, también, del obispo que nos preside, S.G. Braulio Rodríguez Plaza.

Os animo a difundir este libro e iniciar su lectura por el capítulo dedicado al culto (P. Diego Figueroa Soler), pues nos ayudará a profundizar y entender mejor lo que celebramos aquí cada martes (19:00 h).

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Cerramos esta presentación haciendo memoria del último libro de la Palabra de Dios, el Apocalipsis. Queremos escuchar lo que el Señor dice a las Iglesias. Estamos en ello. Este libro, referencia constante para los mozárabes, como bien muestra la belleza de sus comentarios o beatos, nos ayudará en el empeño. Muchas gracias.

Manuel Glez. López-Corps, pbro.

1 comentario en “El origen apostólico del Domingo

  1. Aplauso al Corolario a la presentación del libro “Mozárabes en la España medieval”.
    Fijaros en el tronco de la palmera, árbol de la vida, del manuscrito mozárabe. Son corazones. El corazón es el templo de la fe y adhesión al mensaje del amor de Dios. Órgano del conocimiento de todas las formas de misticismo. Puerta de entrada y salida de la fe.
    Y la unión de los corazones, en el troco vertical del árbol, está la comunidad, la iglesia del pueblo de Dios, la tradición heredada de corazón a corazón.

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