
El jueves se celebra, según el calendario hispano-mozárabe, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor.
Es, ésta, una semana para intensificar la fe eucarística.

En la eucaristía, misterio del amor de Dios, actua eficazmente la fuerza del Espíritu.
Su invocación es denominada Epíclesis.
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La fiesta nos hace celebrar el Día nacional de Caridad.
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Un homenaje a Mariano Perrón, sobre liturgia del pasado domingo. Con cariño y admiración.
11 de Junio de 2017
La Santísima Trinidad
DIOS TANTO AMÓ AL MUNDO…
Juan 3:16-18
Éxodo 34:4-6, 8-9; Daniel 3:52-55; 2 Corintios 13:11-13
Lectio:
Este domingo constituye una auténtica prueba para cualquiera que trate de dar algunas pistas para la oración. Aunque en los tiempos de los Apóstoles no se tuviera una concepción de la Santísima Trinidad tan elaborada como la que ha llegado a nosotros, el mero hecho de hablar del Dios Uno que despliega su esencia en tres personas distintas debió ser un verdadero rompecabezas para los judíos, cuya fe en Yahveh, el Dios exclusivo de Israel, difícilmente podría aceptar las complejidades de la manera cristiana de entender a su propio Dios. E incluso para nosotros, veinte siglos después del nacimiento de la Iglesia, la Santísima Trinidad sigue siendo uno de los temas más complicados de nuestra teología, a pesar de que nos resulten familiares sus raíces históricas, su complejidad conceptual, su enrevesada terminología y su fundamental y sorprendente…¡ simplicidad! (Al menos, eso dicen los teólogos…)
En cualquier caso, las lecturas de hoy, tomadas en su conjunto, transmiten un mensaje básico en el que podemos descubrir el núcleo de uno de los elementos más peculiares de nuestra fe cristiana y en el que podemos encontrar inspiración para nuestra Lectio. Cada uno de los breves textos de la liturgia de hoy nos ofrece una faceta del misterio que celebramos. La primera lectura recuerda los rasgos primeros con los que Dios se mostró a los israelitas: “unidad/unicidad, compasión y fidelidad”, reflejo de su naturaleza y de la alianza que estableció con su pueblo. La fidelidad es el fundamento de aquella relación: la hallaremos expresada en la solemne profesión de fe de Deuteronomio 6:4. “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor”. No es un dios “dividido”, voluble y caprichoso como las deidades griegas. Desde este punto de partida de unicidad y compasión podemos entender la afirmación de Jesús en el evangelio de hoy (Juan 3:16): “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” Sus designios para la humanidad son esencialmente designios de compasión y misericordia, y la clave para entenderlos no es la “reciprocidad”, sino la generosidad, la condescendencia, así como su firmeza y su fidelidad en esos designios de misericordia y benevolencia.
Pero es también el Dios de la comunicación: en el evangelio de Juan, en el largo momento de confidencias con sus discípulos antes de enfrentarse a la muerte, Jesús habla insistentemente de su relación con el Padre y el Espíritu. Y al mismo tiempo, de las relaciones con los discípulos. Bastan unos pocos ejemplos: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14:9); “Yo estoy en mi Padre, y el Padre está en mí” (14:11). Más importante aún: esa unión íntima entre el Padre y el Hijo implica también a los discípulos: “Yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (14:20). Por eso reza al Padre por la unidad de todos los que creen en él: “Que todos sean uno; que como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (17:20-21). Pero esa unión de Jesús con el Padre incluye también al “Abogado”, el “Paráclito”, el Espíritu Santo. Él es el “Espíritu de la Verdad”, y el Padre lo enviará para que permanezca con los discípulos y les recuerde todas las cosas que Jesús les ha enseñado (14:16-17, 26). La comunión de las tres personas se expresa también como un tesoro común que ellos comparten y comunican a los discípulos por medio del Espíritu (16:12-15).
Un último detalle respecto a nuestra liturgia: el texto de 2 Corintios nos suena familiar, ya que es el más común de nuestros saludos litúrgicos, y no sólo incluye a las tres personas de la Santísima Trinidad, sino también tres de los rasgos con que podemos describir a Dios en una sencilla definición teológica: gracia, amor y comunión son las dimensiones fundamentales de la realidad divina, tal como se mencionaba al comienzo de esta Lectio, pero son también ámbitos en los que experimentamos la presencia y la acción de Dios en nuestras vidas. Por gracia fuimos redimidos, al amor estamos llamados, y en la comunión mutua vivimos la salvación que hemos recibido. Me atrevo a dar un paso más:tal vez, el resumen más conciso de la realidad salvífica de nuestra fe trinitaria sea Tito 3:3-7, donde esta misma fe se enmarca en un contexto claramente bautismal. No estaría de más volver a leer el pasaje para redescubrir el vínculo existente entre Trinidad, bautismo y salvación.
Meditatio:
Las tres palabras que acabo de utilizar en nuestra Lectio pueden ser el punto de partida perfecto para nuestra Meditatio. ¿Hasta qué punto creemos de verdad que no es por nuestros méritos, sino por la generosa gracia de Dios, por lo que hemos sido llamados a la salvación, hemos recibido el don de la fe y hemos sido invitados a entrar en el Reino de Dios anunciado por Jesús? ¿Es el mandamiento “nuevo” de Jesús (“Que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros…”, Juan 13:34) la piedra de toque para valorar nuestra fidelidad a su llamada, o seguimos apoyándonos fundamentalmente en las reglas y preceptos humanos? ¿Vivimos nuestra fe en comunión y comunidad, o seguimos empeñados en “ganarnos la salvación” por nosotros mismos, como si todo en nuestra vida cristiana fuera un asunto a ventilar a solas entre Dios y nosotros? Si nos atrevemos a plantearnos estas tres preguntas, nos estaremos enfrentando a un auténtico examen de nuestra fe trinitaria.
No me parecería honrado dejar de lado una realidad histórica muy dolorosa. Contemplando el desarrollo teológico de nuestra fe, hemos de constatar que las controversias en torno a las naturalezas de Jesucristo, la procedencia del Espíritu Santo o las relaciones entre las tres personas fueron la causa de buena parte de los enfrentamientos dentro de la Iglesia. Todavía más: prescindiendo de detalles más precisos, podemos decir que la “procedencia” del Espíritu Santo (la cuestión del “Filioque”) fue uno de los factores decisivos que desencadenó la ruptura entre las Iglesias de Oriente y Occidente. Tal vez esta alusión por mi parte podría ser ofrecernos la ocasión para volver a estudiar este tema de consecuencias tan graves para la historia del cristianismo… y para llevar a la oración nuestra necesidad de reconciliación ecuménica.
Oratio:
Reza por quienes viven su fe cristiana en un aislamiento individualista, tal vez porque no han hallado una comunidad en la que poder desarrollar su compromiso con Cristo compartiendo con otros su propia vocación: para que descubran las riquezas de seguir a Jesús con otros hermanos en la fe.
Pidamos por nosotros mismos: para que nuestra fe en la Santísima Trinidad suscite en nosotros el deseo de trabajar por la vida de comunidad en el grupo cristiano o en la Iglesia a la que pertenecemos.
Como sugería en la Meditatio, volvamos a rezar por la unidad de los cristianos: para que nuestras legítimas elaboraciones teológicas, que en ocasiones se apoyan más en nuestra condición humana más que en el Evangelio de Jesús, no sean obstáculo para vivir como hermanos y ser imagen del amor trinitario.
Contemplatio:
El breve fragmento de 2 Corintios 13:11-13 es la conclusión del largo mensaje contenido en las dos cartas de Pablo a aquella iglesia. En ellas, el apóstol abordaba prácticamente todas las dimensiones de la vida cristiana. Vuelve a leer estos tres versículos y contrástalos con la realidad de tu propia comunidad cristiana. Repite como si fue un estribillo esas tres palabras de despedida: gracia, amor y comunión. Como también sugería al final de la Lectio, tal vez te ayuden a evaluar tu fidelidad a los planes de Dios.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Archidiócesis de Madrid, España