Cada semana el viernes es un día penitencial. Subrayamos este día sexto de la semana con la oración y la penitencia. En la medida de lo posible nos abstenemos cada viernes del año de comer carne y otros alimentos costosos. Fuera de la Cuaresma esta práctica puede ser sustituida por otra (p.e.: obras de misericordia, lectura más abundante de la palabra de Dios, limosna, etc.)

En la tradición hispana, en comunión con toda la Iglesia el Calendario del Misal Hispano-Mozárabe (Prenotandos, n. 15) indica como periodos penitenciales, entre otros, los siguientes:

*Inicio del año (2 enero).
*Letanías apostólicas.
*Letanías de san Cipriano (mitad de septiembre).
*Letanías de san Martín (mediados de noviembre).

Esta tradición penitencial es ya referida por san Isidoro de Sevilla en su tratado De los oficios eclesiásticos (615 c.) en los cap. 38, 42, etc.

«Las letanías hispanas eran, antiguamente, jornadas de penitencia y oración que se celebraban durante tres días. Salvo en el caso de las letanías de Pentecostés, que siempre se celebran antes del domingo, en las demás ocasiones, si eran interrumpidas por un domingo, se pasaban a la semana siguiente. Los concilios de la época hispano romana y visigótica suelen prescribir como práctica penitencial para estos días la abstinencia de carnes y vino.

Que fueran precisamente tres días se debía, según san Isidoro, (Cf. Jon 3), al ejemplo de los ninivitas que, arrepentidos de sus viejos vicios, se entregaron todos, durante tres días, al ayuno y a la penitencia y, cubiertos de saco, alcanzaron la misericordia de Dios.

Las Letanías de Pentecostés también reciben el nombre (por ejemplo, en el Antifonario) de Letanías apostólicas (litaniæ apostolicæ).

En el Concilio de Gerona de 517, c.2 se estableció para la Tarraconense que: <las letanías, acabada la solemnidad de Pentecostés, se tengan la semana siguiente desde el jueves al sábado y durante este triduo se guarde la abstinencia>.

San Isidoro también sitúa estas letanías después de Pentecostés como disposición para recibir al Espíritu Santo y explica que durante los cuarenta días desde Pascua a la Ascensión no se debía practicar ningún ayuno, al ser éste un tiempo de alegría en que había de suspenderse todo signo de tristeza».