Este comienzo de la IV semana del Adviento
-que ya vivimos con Adviento histórico-
lo vivimos en la compañía de la Virgen de la esperanza.
Oramos así:
Madre de todas nuestras esperanzas,
Tú que acogiste el poder del Espíritu
para dar carne a las promesas de Dios,
concédenos encarnar al Amor,
signo del Reino de Dios,
en todas las acciones de nuestra vida.
A tu Hijo, el esperado de los pueblos,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos. Amén.
Vida y dulzura, esperanza nuestra…
No estuvo sola Nuestra Señora, en su dulce espera.
Mi Señor San José, que,
tambien, dijo SÍ,
la sostuvo y protegió…
y sufrió, en silencio,
el verla tan vulnerable, en aquellos
momentos. Tal vez, aterída de frío…
Esos sus brazos, que fueron los primeros
en acurrucar y acunar al Niño Dios,
fueron los brazos fuertes,
y dulces, a la vez, que la rodearian,
amándola más que a su propia vida…
A tí, mi modesto, discreto, prudente,
silencioso José,
te pido que le hables al oído a mi Señor, cuando acerques tus labios a sus pequeñas y tiernas mejillas,
y, por favor, le dices que,
en este mundo,
sigue habiendo
mucho dolor e incomprensión.
Muchos niños que sufren.
Muchos cristianos perseguidos.
Mucho olvido de Dios.
Mucha falta de valores.
Muchos enemigos de la paz…
A tí te va a escuchar,
porque eres Su padre, aquí,
entre nosotros.
A tí te imitará en Sus gestos.
De tí aprenderá tu oficio.
Tú le hablarás y aconsejarás.
Y, como padre Suyo,
te va a obedecer…
Intercede por todos nosotros,
ante Él y ante tu Esposa Santa,
para que, núnca,
perdamos la ESPERANZA,
aún en los momentos duros y difíciles,
de que podemos ser salvados.
Gracias, San José.
DOMINGO MARIANO POR EXCELENCIA
Precioso el comentario de Lupe!
Con María Madre de la Esperanza, pidamos por todas las mujeres que se encuentran ahora en estado de buena esperanza!!!